miércoles, 18 de septiembre de 2013

Sursum corda.



Sursum corda.-

Por: Félix Justiniano Ferráez

Mi recuerdo de: Ulises Cortés Velasco

Perder a un amigo, es perder un puente hacia nosotros mismos, es por supuesto perder el eco de nuestra conciencia, es también perder la constancia y la coincidencia por las causas comunes, pero sobre todo, es perder mucho de lo que nosotros mismos somos; por algo los amigos son los hermanos que nosotros escogimos.
Más allá de la mutilación al afecto y del zarpazo de la nostalgia; ese es precisamente el sentimiento que nos deja la desaparición física de alguien tan querido como un amigo:
Perdida y extravió.

En el prologo de sus “12 cuentos peregrinos” Gabriel Márquez lo describe con precisa emotividad al enseñarnos como soñó su muerte. -nos cuenta que después de convivir con sus amigos mas queridos en su propio velorio hablando de mujeres, poesía, libros, familia y tomar unas copas; decidieron trasladar la excelente velada a un ambiente menos fúnebre, llegado el momento de la retirada y la inevitable despedida y al querer acompañarlos, nos sigue contando el Nóbel; uno de sus amigos lo  atajó con severa determinación para decirle: “Eres el único que no puede irse”, entonces, solo entonces; nos dice el gran Gabo comprendí que: “morir es no estar nunca más con los amigos”.

Hoy Ulises ya no va estar mas con sus amigos, le llegó el momento de adoptar otras formas y trascender a otra dimensión, para continuar el ciclo vital del cosmos al que todos pertenecemos, en mayor o menor medida. Dejo de ser transeúnte para convertirse en Nefelibata.
Su boleto de partida se lo obsequió esa impredecible enfermedad cuyo sólo nombre nos horroriza –cáncer- en una  de sus más  comunes modalidades –leucemia- y se lo entregó hace aproximadamente un año.

 Durante ese lapso jamás se escucho una queja, un reproche o un ligero atisbo de temor para enfrentar su destino, excepción hecha de los irrefragables dolores y molestias de la quimioterapia a la que estuvo sometido.

Con un valor inquebrantable se sobrepuso a esos estragos y secuelas y esperó a pie firme con toda dignidad su hora final, como lo que siempre fue “hombre de una sola pieza”.
Ulises Cortes Velazco, era un hombre bueno, veracruzano de origen, chetumaleño por adopción desde hace 20 años, padre de quintanarroenses, empleado de IMSS y contador público de profesión.

Vivió en la honrada mediana que el desempeño de sus funciones le proveyó, sin adoptar poses ni genuflexiones, sin prebendas ni sinecuras.
De corazón generoso, bonachón, honorable, leal y buen amigo, supo granjearse el afecto, la camaradería y el respeto de los demás en su entorno vital y laboral, pero “Et pluribulus uno” no faltó el anómico superior bastante inferior al “Ule” que lo acechaba y confrontaba, quizá por ser tan diferentes como personas y de costumbres familiares antípodas y quizá también porque el Ule tenía algo que jamás llegara a tener ese patético personaje: honradez, lealtad, humildad y una educación universitaria.

Hace algunos años me pidió lo acompañase a bautizar a sus gemelos Ulises y Patricia, por lo cual dejé el estrato de amigo para convertirme en su comprade y esto nos llevó un poco a olvidarnos de las reuniones de cuates entre cuates,  para darle un giro familiar y de mejor provecho a esas reuniones y como en las finales de fútbol,  a visita recíproca.

Mi peregrinaje laboral entre los dos estados más queridos por mi, Campeche y Quintana Roo, espació los encuentros, pero acrecentó el compromiso de nuestra amistad.
Ulises fue el amigo que dejaba en casa a su familia para acompañar a Magda y José Alfredo los 420 kilómetros que habían entre nosotros , a fin de que lo que era mi familia de entonces, pudieran viajar protegidos y acompañados hasta mí en el carro de la familia.
 Era también el primero que llegaba a mi casa cuando sabia que yo estaba por arribar y quería reunirme esa misma noche con mi palomilla.

Con los años mis estadías en Cancún y las perspectivas laborales así como los compromisos  de cada quien, nos llevó a vernos menos pero a extrañarnos mas, llegaron las primeras canas y los hijos que una vez fueron niños, realizaron el tránsito hacia la primavera y hacia sus propios proyectos de vida, de tal suerte que Patricia y él se convirtieron en suegros y abuelos.

Recuerdo con toda claridad y con mucha calidez los abrazos efusivos y el “cuando nos vemos pinche compadre” cada vez que coincidíamos la salida del IMSS al ir yo por lo mío y el hacia los suyos.

Ulises me deja la certeza de que existe gente buena y noble, no voy a recordarlo postrado en su cama hospitalaria dentro de su fragilidad humana, si no en cada uno de los momentos compartidos, desde los humildes cuartos de vecindad que un día rentamos allá en los 80s, hasta los momentos familiares compartidos, agradezco cada gesto de su amistad, de afecto y de entrega filial de Patricia, él y sus chicos, que le brindaron a Alejandro, Alberto, Alfredo y a Magda.

Nuestro tránsito común pasó de vecino a compañero, colaborador, amigo y hermano; y se basó únicamente en la convicción y el respeto mutuo; su partida nos deja sumidos en la profunda reflexión del silencio y las trascendencia, dejamos pendientes e inconclusas muchas reuniones, tertulias y convivencias, pero es seguro que es temporal, el ciclo nos ira llegando a cada uno y el reencuentro será inevitable.  Mientras eso ocurre, nos quedaremos con el grato sabor de haber compartido una vida, su vida, dignamente llevada.

¡Compadrito no se cuando, pero volveremos a vernos y a brindar!

FJF.-Chetumal, Q. Roo
Noviembre de 2003

@watane1






    

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