Sursum
corda.-
Por: Félix Justiniano Ferráez
Mi recuerdo de:
Ulises Cortés Velasco
Perder
a un amigo, es perder un puente hacia nosotros mismos, es por supuesto perder
el eco de nuestra conciencia, es también perder la constancia y la coincidencia
por las causas comunes, pero sobre todo, es perder mucho de lo que nosotros
mismos somos; por algo los amigos son los hermanos que nosotros escogimos.
Más
allá de la mutilación al afecto y del zarpazo de la nostalgia; ese es precisamente
el sentimiento que nos deja la desaparición física de alguien tan querido como
un amigo:
Perdida
y extravió.
En
el prologo de sus “12 cuentos peregrinos” Gabriel Márquez lo describe con
precisa emotividad al enseñarnos como soñó su muerte. -nos cuenta que después
de convivir con sus amigos mas queridos en su propio velorio hablando de
mujeres, poesía, libros, familia y tomar unas copas; decidieron trasladar la
excelente velada a un ambiente menos fúnebre, llegado el momento de la retirada
y la inevitable despedida y al querer acompañarlos, nos sigue contando el
Nóbel; uno de sus amigos lo atajó con
severa determinación para decirle: “Eres el único que no puede irse”, entonces,
solo entonces; nos dice el gran Gabo comprendí que: “morir es no estar nunca más
con los amigos”.
Hoy
Ulises ya no va estar mas con sus amigos, le llegó el momento de adoptar otras
formas y trascender a otra dimensión, para continuar el ciclo vital del cosmos
al que todos pertenecemos, en mayor o menor medida. Dejo de ser transeúnte para
convertirse en Nefelibata.
Su
boleto de partida se lo obsequió esa impredecible enfermedad cuyo sólo nombre
nos horroriza –cáncer- en una de sus más comunes modalidades –leucemia- y se lo
entregó hace aproximadamente un año.
Durante ese lapso jamás se escucho una queja,
un reproche o un ligero atisbo de temor para enfrentar su destino, excepción
hecha de los irrefragables dolores y molestias de la quimioterapia a la que
estuvo sometido.
Con
un valor inquebrantable se sobrepuso a esos estragos y secuelas y esperó a pie
firme con toda dignidad su hora final, como lo que siempre fue “hombre de una
sola pieza”.
Ulises
Cortes Velazco, era un hombre bueno, veracruzano de origen, chetumaleño por
adopción desde hace 20 años, padre de quintanarroenses, empleado de IMSS y
contador público de profesión.
Vivió
en la honrada mediana que el desempeño de sus funciones le proveyó, sin adoptar
poses ni genuflexiones, sin prebendas ni sinecuras.
De
corazón generoso, bonachón, honorable, leal y buen amigo, supo granjearse el
afecto, la camaradería y el respeto de los demás en su entorno vital y laboral,
pero “Et pluribulus uno” no faltó el anómico superior bastante inferior al
“Ule” que lo acechaba y confrontaba, quizá por ser tan diferentes como personas
y de costumbres familiares antípodas y quizá también porque el Ule tenía algo
que jamás llegara a tener ese patético personaje: honradez, lealtad, humildad y
una educación universitaria.
Hace
algunos años me pidió lo acompañase a bautizar a sus gemelos Ulises y Patricia,
por lo cual dejé el estrato de amigo para convertirme en su comprade y esto nos
llevó un poco a olvidarnos de las reuniones de cuates entre cuates, para darle un giro familiar y de mejor
provecho a esas reuniones y como en las finales de fútbol, a visita recíproca.
Mi
peregrinaje laboral entre los dos estados más queridos por mi, Campeche y Quintana
Roo, espació los encuentros, pero acrecentó el compromiso de nuestra amistad.
Ulises
fue el amigo que dejaba en casa a su familia para acompañar a Magda y José
Alfredo los 420 kilómetros
que habían entre nosotros , a fin de que lo que era mi familia de entonces,
pudieran viajar protegidos y acompañados hasta mí en el carro de la familia.
Era también el primero que llegaba a mi casa
cuando sabia que yo estaba por arribar y quería reunirme esa misma noche con mi
palomilla.
Con
los años mis estadías en Cancún y las perspectivas laborales así como los
compromisos de cada quien, nos llevó a
vernos menos pero a extrañarnos mas, llegaron las primeras canas y los hijos
que una vez fueron niños, realizaron el tránsito hacia la primavera y hacia sus
propios proyectos de vida, de tal suerte que Patricia y él se convirtieron en
suegros y abuelos.
Recuerdo
con toda claridad y con mucha calidez los abrazos efusivos y el “cuando nos
vemos pinche compadre” cada vez que coincidíamos la salida del IMSS al ir yo
por lo mío y el hacia los suyos.
Ulises
me deja la certeza de que existe gente buena y noble, no voy a recordarlo
postrado en su cama hospitalaria dentro de su fragilidad humana, si no en cada
uno de los momentos compartidos, desde los humildes cuartos de vecindad que un día
rentamos allá en los 80s, hasta los momentos familiares compartidos, agradezco
cada gesto de su amistad, de afecto y de entrega filial de Patricia, él y sus
chicos, que le brindaron a Alejandro, Alberto, Alfredo y a Magda.
Nuestro
tránsito común pasó de vecino a compañero, colaborador, amigo y hermano; y se
basó únicamente en la convicción y el respeto mutuo; su partida nos deja
sumidos en la profunda reflexión del silencio y las trascendencia, dejamos
pendientes e inconclusas muchas reuniones, tertulias y convivencias, pero es
seguro que es temporal, el ciclo nos ira llegando a cada uno y el reencuentro
será inevitable. Mientras eso ocurre,
nos quedaremos con el grato sabor de haber compartido una vida, su vida,
dignamente llevada.
¡Compadrito
no se cuando, pero volveremos a vernos y a brindar!
FJF.-Chetumal, Q. Roo
Noviembre de 2003
@watane1
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