La Palabra.
Por:
Félix Justiniano Ferráez
Para:
Juan Pedro y Eduardo mis hermanos siameses
Hoy quiero
manifestar mi admiración y mi subyugación por la más importante de las herramientas que el
hombre jamás haya inventado; “la palabra escrita.”
La misma que
sirviera de título a ese libro espléndido y voluminoso, pero igual de
entretenido e interesante, que escribiera Irving Wallace hace muchos años.
Hablar
de la palabra y su precisión descriptiva, del vocablo como medio de
comunicación, es honrar a la idea como la máxima creación del hombre, de la
palabra escrita que se vuelve: Poesía, Literatura, Teatro, Cuento, Leyenda,
Oración, Libro, Editorial, Artículo, etc.
No estamos hablando del índice Nascar o
Nikkei, de fórmulas financieras cuyos resultados sólo entienden los
especialistas de la materia y cimbran las economías mundiales, no hablamos de
combustible fósil y su galopante consumo; hablamos de la palabra escrita
correctamente, de definición categórica e irreductible, de mensaje contundente;
aquella que soporta enhiesta el mas trepidatorio de los terremotos, la
misma que no sucumbe o desaparece ante los tsunamis, ni se inmuta ante
las rabiosas tempestades, no hablamos de números exactos, fríos, insensibles,
precisos, estamos hablando de la verdadera inmortalidad manifestada a
través de la palabra escrita, mas fuerte que el acero, más resistente que
el más duro hormigón, mas filosa que la espada, más mortífera que la reacción
intermolecular en cadena; aquella que en sucesión congruente y correlativa,
hacer ver a los ciegos a través del milagro de la descripción precisa,
expresarse a los mudos a través de la escritura y escuchar a los
sordos por esta misma calidad de supremacía.
La que mueve sentimientos y
emociones, la que pone y quita majestades, la que lo mismo reconoce, que
censura y castiga, la que trasciende a través del tiempo y de su erosión
sistemática, no son torres gemelas que se desplomen por falla de fraguado o
metales derrotados.
No es la palabra, la antigua Esfinge
carcomida y erosionada por el paso de los siglos, ni sufre el deterioro de
las ancestrales pirámides; “au contraire”, con los años se aposenta, crece,
brilla, se magnifica y alrededor de ella en Estocolmo se reúnen año tras año
los eruditos del idioma para reconocer a quien hizo mejor uso de ella,
para otorgar el Nobel de Literatura; los copiones españoles hacen lo propio
y le llaman al mérito de la palabra escrita "Príncipe de
Asturias" aunque nunca aclaren el mérito de la zanganería real
española en estos menesteres, los mismos españoles súbditos de un rey de origen
moro, blandengue ante Franco, pedigüeño ante el resto de la monarquía europea y
presunto fratricida; y súbditos también de una reina griega, pero que impiden
el reconocimiento de las raíces nacionalistas del pueblo Vasco con uno de los
idiomas más puros del mundo; el Euskaro. Los españoles que vieron morir en
cautiverio a uno de sus más grandes exponentes de la palabra escrita hecha
poesía, Miguel Hernández, por escribir cosas como la Elegía a Ramón Sijé, el
Niño Yuntero, o las Nanas de la cebolla, los españoles que miraron impasibles
la muerte en el destierro de otro poeta unánime y ubicuo, Antonio Machado en
Collioure Francia y soportaron el odio
homofóbico en la sensible humanidad de otro poeta, García Lorca, pero que un
Catalán de lujo reivindicara con su canto universal; Serrat.
En
la América generosa y nuestra, antes que ellos se erigía el reconocimiento
literario "Rómulo Gallegos”.
Vencedora de la torre de Babel, la palabra
halló los cauces para prevalecer y perpetuarse entre el género
humano, encontró su propio vuelo en las alas de las palomas mensajeras y
adquirió la velocidad del sonido a través del hilo de la telegrafía, antes
halló sus familiares formas en el plomo derretido de Gutenberg, y se convirtió en diálogo instantáneo con la
magia de la red mundial de información.
Su importancia creció y fue menester
vestirla con las galas de la congruencia para engalanar al lenguaje: y exhibió
orgullosa la tilde, la diéresis y los
acentos para diferenciar con su clase fonética a los monosílabos y darle un
nuevo giro a diversos significados que subyacen en la misma palabra.
Adquirió fluidez y para ello fueron
inventados nuevos símbolos que marcaran las pautas en la carretera de la
lectura, así nació la coma, ese minúsculo adminículo que desde el Perú, Vargas
Llosa lo dimensionara en su justa y vital medida con ilustrativos ejercicios
gramaticales. Pero hubo de ser necesario añadirle, las comillas, el punto, el
punto y coma, los dos puntos, los signos de admiración y de interrogación y la
sucesión de puntos, para perfeccionar la velocidad permitida, las pautas obligadas y la tonalidad fonética
de su pronunciación.
Por
ello se reinventa constantemente, se moderniza, prevalece por los siglos de los
siglos. La palabra cantada que nos hizo recorrer las pampas argentinas con
las milongas de Atahualpa Yupanqui, los muelles de Liverpool con los Beatles,
las costas colombianas con Totó la Momposina, las playas de Ipanema con Antonio
Carlos Jobim, aquella que nos transmitiera en décimas magistrales la Chilena
Violeta Parra y le diera nuevo rumbo la inolvidable voz argentina de Mercedes
Sosa, la que te eriza la piel con los huapangos de Rubén Fuentes y los Boleros
de Cantoral y Manzanero, la que sostiene a la Biblia, La Torá y el Corán.
La que sin descender de categoría abraza
en grafiti la sabiduría popular en el mínimo aforismo que retumba
sobre el block hecho muro y le da un valor agregado cuando se lee:
“salario mínimo
al presidente, pa que vea lo que se siente”
Palabra, parole, word… la herramienta de
la tradición oral para conocer desde la mano de Platón, el pensamiento
socrático y su mayéutica inductiva, la que nos hace descender los círculos del
infierno de Dante y viajar con Caronte por los tenebrosos ríos de la muerte y
el infierno, la misma herramienta empleada para conocer los enfermizos celos
del moro Otelo por Desdémona; aquella con la que Rabeláis le da vida a
Pantagruel y Gargantúa, Cervantes al Lic. Vidriera y Petrarca a los primeros
sonetos italianos.
La palabra escrita con diligencia y
pulcritud que nos lleva de Aracataca de García Márquez a la “Terra Nostra” con
su “Región más transparente” de Carlos Fuentes, al verso magnífico y arrogante
de Díaz Mirón y al repentismo excelso de
Jesús Orta Ruiz “El Indio Naborí” más grande que Martí en la poesía, pero menos
leído y admirado.
“Mein Kampf” el vergonzoso libelo alemán
que por la magia de la propia palabra, atestigua desde sus hojas la megalomanía
de su creador.
“La Prisión fecunda” de Fidel que da
cuenta puntual de su encierro Batistano; o si se prefiere los papiros egipcios
y las pinturas rupestres milenarias y descriptivas, que fueron el embrión de la
escritura contemporánea.
“Eureka” le
permitió a Arquímedes trascender con todo y su Principio,
“E pour se
mueve” quedó en la inmortalidad y trascendiendo a Galileo.
“Tierra a la
vista” inmortalizó a Rodrigo de Triana y quedó escrito para la posteridad como
el inicio del gran saqueo español de cinco siglos a la América mártir,
abusada pero no exangüe de futuro y esperanza,
y que documentara ampliamente gracias a la palabra escrita, Fray Toribio de
Benavente, alias Motolinía.
-Malintzin
toma ese puñal que llevas en el cinto y mátame.
-He perdido a mi brazo derecho.
-Los valientes no asesinan.
-Si
tuviéramos parque, ustedes no estarían aquí.
-Las armas mexicanas se han cubierto de
gloria.
-Alea jacta
est.
Frases
inscritas en la memoria colectiva que inmortalizaron con su escritura a sus
autores.
La misma palabra que fue menester
introducir en el pautado musical, para que los conciertos, sonatas, valses,
oberturas y las sinfonías hallaran su
propio cauce y su ritmo preciso: “Allegro”
“Adagio” “Allegro ma non troppo”,
“Allegro presto con tutti” le dieron la emotividad precisa a la “Obertura 1812”
de Tchaikovski, a la sonata “Claro de luna” de Beethoven, a la “Resurrección de
la primavera” de Stravinski, a “La Campanela” de Paganini, las “Fugas” de Bach,
los “Valses” de Strauss y al “Rondó a la turca” de Mozart, por decir sólo una
mínima parte de ese universo musical.
Pero también la palabra convertida en
ópera, para que desde sus 80 años el extraordinario canario Alfredo Krauss
sacudiera hasta sus cimientos al Teatro de la Maestranza en la gala lírica
celebrada en Madrid, ante los asombrados
oídos de Plácido Domingo y Juan Carlos de Borbón, cuando el hijo pródigo de Las
Palmas de Gran Canaria, desgranara los difíciles tonos de “La figlia del
reggimiento” de Gaetano Donizetti.
Finalmente, ni el descomunal incendio
provocado por la mano del hombre y la destrucción de quinientos mil volúmenes
en la biblioteca de Alejandría, fueron capaces de destruir la trascendencia del
pensamiento humano a través de las palabras hechas libros.
Esto es sólo una manera modesta y sucinta de
ver y entender el verdadero valor de la palabra escrita como herramienta de
subsistencia, comunicación, educación y trascendencia entre el género humano.
Caribe Mexicano.
Octubre del 2009.
@watane1
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