jueves, 19 de septiembre de 2013

La Palabra.



La Palabra.

Por: Félix Justiniano Ferráez

Para: Juan Pedro y Eduardo mis hermanos siameses


Hoy quiero manifestar mi admiración y mi subyugación por la  más importante de las herramientas que el hombre jamás haya inventado; “la palabra escrita.”
La misma que sirviera de título a ese libro espléndido y voluminoso, pero igual de entretenido e interesante, que escribiera Irving Wallace hace muchos años.
        Hablar de la palabra y su precisión descriptiva, del vocablo como medio de comunicación, es honrar a la idea como la máxima creación del hombre, de la palabra escrita que se vuelve: Poesía, Literatura, Teatro, Cuento, Leyenda, Oración, Libro, Editorial, Artículo, etc.
        No estamos hablando del índice Nascar o Nikkei, de fórmulas financieras cuyos resultados sólo entienden los especialistas de la materia y cimbran las economías mundiales, no hablamos de combustible fósil y su galopante consumo; hablamos de la palabra escrita correctamente, de definición categórica e irreductible, de mensaje contundente; aquella que soporta enhiesta el mas trepidatorio de los terremotos, la misma  que no sucumbe o desaparece ante los tsunamis, ni se inmuta ante las rabiosas tempestades, no hablamos de números exactos, fríos, insensibles, precisos, estamos hablando de la verdadera inmortalidad manifestada a través de la palabra escrita, mas fuerte que el acero, más resistente que el más duro hormigón, mas filosa que la espada, más mortífera que la reacción intermolecular en cadena; aquella que en sucesión congruente y correlativa, hacer ver a los ciegos a través del milagro de la descripción precisa,  expresarse a los mudos a través de la escritura y escuchar a los sordos por esta misma calidad de supremacía.
     La que mueve sentimientos y emociones, la que pone y quita majestades, la que lo mismo reconoce, que censura y castiga, la que trasciende a través del tiempo y de su erosión sistemática, no son torres gemelas que se desplomen por falla de fraguado o metales derrotados.
     No es la palabra, la antigua Esfinge carcomida y erosionada por el paso de los siglos, ni sufre el deterioro de las ancestrales pirámides; “au contraire”, con los años se aposenta, crece, brilla, se magnifica y alrededor de ella en Estocolmo se reúnen año tras año los eruditos del idioma para reconocer a quien hizo mejor uso de ella, para otorgar el Nobel de Literatura; los copiones españoles hacen lo propio y le llaman al mérito de la palabra escrita "Príncipe de Asturias" aunque nunca aclaren el mérito de la zanganería real española en estos menesteres, los mismos españoles súbditos de un rey de origen moro, blandengue ante Franco, pedigüeño ante el resto de la monarquía europea y presunto fratricida; y súbditos también de una reina griega, pero que impiden el reconocimiento de las raíces nacionalistas del pueblo Vasco con uno de los idiomas más puros del mundo; el Euskaro. Los españoles que vieron morir en cautiverio a uno de sus más grandes exponentes de la palabra escrita hecha poesía, Miguel Hernández, por escribir cosas como la Elegía a Ramón Sijé, el Niño Yuntero, o las Nanas de la cebolla, los españoles que miraron impasibles la muerte en el destierro de otro poeta unánime y ubicuo, Antonio Machado en Collioure  Francia y soportaron el odio homofóbico en la sensible humanidad de otro poeta, García Lorca, pero que un Catalán de lujo reivindicara con su canto universal;  Serrat.
     En la América generosa y nuestra, antes que ellos se erigía el reconocimiento literario "Rómulo Gallegos”.
     Vencedora de la torre de Babel, la palabra halló los cauces para prevalecer y perpetuarse  entre el género humano, encontró su propio vuelo en las alas de las palomas mensajeras y adquirió la velocidad del sonido a través del hilo de la telegrafía, antes halló sus familiares formas en el plomo derretido de Gutenberg,  y se convirtió en diálogo instantáneo con la magia de la red mundial de información.
      Su importancia creció y fue menester vestirla con las galas de la congruencia para engalanar al lenguaje: y exhibió orgullosa  la tilde, la diéresis y los acentos para diferenciar con su clase fonética a los monosílabos y darle un nuevo giro a diversos significados que subyacen en la misma palabra.
      Adquirió fluidez y para ello fueron inventados nuevos símbolos que marcaran las pautas en la carretera de la lectura, así nació la coma, ese minúsculo adminículo que desde el Perú, Vargas Llosa lo dimensionara en su justa y vital medida con ilustrativos ejercicios gramaticales. Pero hubo de ser necesario añadirle, las comillas, el punto, el punto y coma, los dos puntos, los signos de admiración y de interrogación y la sucesión de puntos, para perfeccionar la velocidad permitida,  las pautas obligadas y la tonalidad fonética de su pronunciación.
      Por ello se reinventa constantemente, se moderniza, prevalece por los siglos de los siglos. La palabra cantada que nos hizo recorrer las pampas argentinas con las milongas de Atahualpa Yupanqui, los muelles de Liverpool con los Beatles, las costas colombianas con Totó la Momposina, las playas de Ipanema con Antonio Carlos Jobim, aquella que nos transmitiera en décimas magistrales la Chilena Violeta Parra y le diera nuevo rumbo la inolvidable voz argentina de Mercedes Sosa, la que te eriza la piel con los huapangos de Rubén Fuentes y los Boleros de Cantoral y Manzanero, la que sostiene a la Biblia, La Torá y el Corán.
      La que sin descender de categoría abraza en grafiti la sabiduría popular  en el mínimo aforismo que retumba sobre el block hecho muro y le da un valor agregado cuando se lee:
“salario mínimo al presidente, pa que vea lo que se siente”
       Palabra, parole, word… la herramienta de la tradición oral para conocer desde la mano de Platón, el pensamiento socrático y su mayéutica inductiva, la que nos hace descender los círculos del infierno de Dante y viajar con Caronte por los tenebrosos ríos de la muerte y el infierno, la misma herramienta empleada para conocer los enfermizos celos del moro Otelo por Desdémona; aquella con la que Rabeláis le da vida a Pantagruel y Gargantúa, Cervantes al Lic. Vidriera y Petrarca a los primeros sonetos italianos.
       La palabra escrita con diligencia y pulcritud que nos lleva de Aracataca de García Márquez a la “Terra Nostra” con su “Región más transparente” de Carlos Fuentes, al verso magnífico y arrogante de Díaz Mirón y al repentismo excelso  de Jesús Orta Ruiz “El Indio Naborí” más grande que Martí en la poesía, pero menos leído y admirado. 
     “Mein Kampf” el vergonzoso libelo alemán que por la magia de la propia palabra, atestigua desde sus hojas la megalomanía de su creador.
     “La Prisión fecunda” de Fidel que da cuenta puntual de su encierro Batistano; o si se prefiere los papiros egipcios y las pinturas rupestres milenarias y descriptivas, que fueron el embrión de la escritura contemporánea.
“Eureka” le permitió a Arquímedes trascender con todo y su Principio,
“E pour se mueve” quedó en la inmortalidad y trascendiendo a Galileo.
“Tierra a la vista” inmortalizó a Rodrigo de Triana y quedó escrito para la posteridad como el inicio del gran saqueo español de cinco siglos a la América mártir, abusada  pero no exangüe de futuro y esperanza, y que documentara ampliamente gracias a la palabra escrita, Fray Toribio de Benavente, alias Motolinía.
-Malintzin toma ese puñal que llevas en el cinto y mátame.
 -He perdido a mi brazo derecho.
 -Los valientes no asesinan.
-Si tuviéramos parque, ustedes no estarían aquí.
 -Las armas mexicanas se han cubierto de gloria.
-Alea jacta est.
Frases inscritas en la memoria colectiva que inmortalizaron con su escritura a sus autores.
      La misma palabra que fue menester introducir en el pautado musical, para que los conciertos, sonatas, valses, oberturas  y las sinfonías hallaran su propio cauce y su ritmo preciso: “Allegro”  “Adagio”  “Allegro ma non troppo”, “Allegro presto con tutti” le dieron la emotividad precisa a la “Obertura 1812” de Tchaikovski, a la sonata “Claro de luna” de Beethoven, a la “Resurrección de la primavera” de Stravinski, a “La Campanela” de Paganini, las “Fugas” de Bach, los “Valses” de Strauss y al “Rondó a la turca” de Mozart, por decir sólo una mínima parte de ese universo musical.
       Pero también la palabra convertida en ópera, para que desde sus 80 años el extraordinario canario Alfredo Krauss sacudiera hasta sus cimientos al Teatro de la Maestranza en la gala lírica celebrada en Madrid,  ante los asombrados oídos de Plácido Domingo y Juan Carlos de Borbón, cuando el hijo pródigo de Las Palmas de Gran Canaria, desgranara los difíciles tonos de “La figlia del reggimiento” de Gaetano Donizetti.
      Finalmente, ni el descomunal incendio provocado por la mano del hombre y la destrucción de quinientos mil volúmenes en la biblioteca de Alejandría, fueron capaces de destruir la trascendencia del pensamiento humano a través de las palabras hechas libros.
      Esto es sólo una manera modesta y sucinta de ver y entender el verdadero valor de la palabra escrita como herramienta de subsistencia, comunicación, educación y trascendencia entre el género humano.

Caribe Mexicano.
Octubre del 2009.
@watane1


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