W I L M A.
Por Félix Justiniano Ferráez
Las fotos en Internet eran lo suficientemente
elocuentes, el área de incidencia del meteoro abarcaba toda la península y
todavía más. No hay forma de escapar de esta madre le dije a José Alfredo mi
hijo, debemos subir todo y amarrar lo que se pueda y proteger en lo posible más
de 2000 libros que tenemos en la casa.
Era la primera vez desde que recuerde, que un evento
de esta naturaleza me preocupaba en realidad, al grado de tomar todo tipo de
precauciones y dejar bien claras las
instrucciones a mi muchacho, por si algo pasa que me imposibilite orientarlo en
su momento.
La noche previa al desastre, hacíamos un recorrido a
todos los refugios que nos habían asignado supervisar, algunos de mis amigos
que afortunadamente son también mis
colaboradores del trabajo y yo, llegábamos se tomaba nota de lo importante,
quien está a cargo, cuantas son las personas que están siendo protegidas, como
está la dotación de agua y víveres, que hace falta, si era el caso, lo reportábamos
y sorprendentemente no tardaba en llegar lo que se indicaba como necesidad,
tomando en cuenta las condiciones climáticas.
Ya las primeras inclemencias de los vientos y la
lluvia, se dejaban sentir, los cepillos de los parabrisas no eran
suficientemente efectivos, ni veloces para quitar el agua y permitir la
visibilidad, los faros del coche no alumbraban mas allá de dos o tres metros,
eran las 11 de la noche, todavía nos faltan como 5 mas, me decían mis empapados
compañeros, el mas joven de todos con 19 años a cuestas, decía medio en broma y
medio en serio, somos unos héroes al venir a trabajar así como están las cosas
verdad contador? Todos nos reíamos y hacíamos
como que era un día cualquiera y una noche de tantas. Lo cierto es que estábamos a menos de 24 hrs.
de recibir el mayor fenómeno destructivo de que se tenga memoria, muy superior
a JANET y a GILBERTO, pero también estábamos lejos de saber que era el que
literalmente iba a licuar a Cancún y sus delegaciones durante infinitas horas
de zozobra y angustia.
Al fin en las primeras horas de la madrugada
terminamos y fuimos por un merecidísimo café en el único lado que podía haber,
mi casa.
Allí empezamos a tomar unos café y otros un buen trago
y mis pertrechos alimenticios sufrieron la primera baja, cenamos y nos pusimos
de acuerdo, en que pasado Wilma nos llamaríamos y nos reuniríamos “aquí mismo”
para salir a brindar toda la ayuda posible, nos despedimos sin saber que pasarían
casi 48 horas para volvernos a ver.
Lo demás es oscuridad, borrascas, ventiscas, sonidos
indescriptibles, ulular del viento devastador, millones de litros de agua estrellándose
a velocidades increíbles, láminas viajando como alfombras árabes y zumbando, bardas desplomándose, árboles
vencidos y derrumbándose, cristales estallados, autos aplastados por el peso de
los árboles, aceras saltando por el efecto palanca de las raíces que las
catapultaban, y un árbol de almendra que una vecina inconsciente se negó a
podar, estrellándose contra uno de mis muros, con ese sonido que se traduce en
lamento, que resulta de la fricción de una pared contra un árbol de 15 metros de altura.
Esto solo ocurría en mi micro cosmos, en mi
vecindario, la primera medida fue cambiar a José de su recámara, a la mía, porque
la de él ya no era segura, el árbol ya estaba inclinado lo suficiente para
desplomarse en cualquier momento y su peso no iba a soportarlo la estructura
debilitada por un ventanal de 4 mts cuadrados, que además ya no evitaba nada
porque el agua de lluvia y de mar entraba por todas las hendiduras posibles en
cantidades inusuales.
Sacamos por
primera vez de la sala, de muchas veces más, las primeras cubetas de agua, para evitar que llegara al nivel de los
contactos y destruyese con la salinidad toda la instalación eléctrica.
El miedo
mientras tanto insistía en quedarse como huésped obligado, porque tenía a mi
lado a José Alfredo, lo único que me importaba en ese momento, quien se portaba indescriptiblemente sereno y
cooperando en todo lo necesario, sube los alimentos al baño, le urgía, al rato
no vamos a poder bajar ni a la cocina.
Así sentíamos de desolador el panorama; cuando acaba
este pandemonium papá, me preguntaba mi
hijo, pronto no puede durar mas, ninguna ofensa debe durar tanto, respondía, parece
que estamos en un barco en alta mar y no en una casa me observaba atinadamente.
Pues el siguiente paso es colocarnos en el baño, cuando se venza la pared y la
ventana, porque la tempestad va a utilizar como proyectiles todo lo que
encuentre a su paso y ya nada va a estar
seguro le comenté. Ese sui géneris almendro bifurcado desde el tronco, arremetía
contra mi casa y la de al lado, fue el muro de ese lado precisamente el que se venció, lo escuchamos y supimos
diferenciar ese sonido dentro de la majestuosidad del fragor de un huracán jamás
visto, Pero ignorábamos de que muro se trataba en ese momento. Además una
antena de televisión llegada quien sabe de donde, se estrellaba y despedazaba
uno de mis domos, afortunadamente el del baño, ya teníamos una calamidad adicional, una
lluvia particular y abundante dentro de otra pieza de la casa.
El árbol de enfrente, otro almendro de la vecina,
finalmente se vencía y arrastraba al
suelo, cables de luz, Telmex, y de cablevisión, nada de eso servía, pero ahora
iba a tardar mas tiempo en ser restaurado, no era posible ver mas allá de unos
cuantos metros, el cielo estaba seguramente cerrado, no sabíamos la hora,
tampoco nos interesaba, solo queríamos que este engendro de Leviatán y Vestiglo
decidiera largarse y le devolviera la paz a miles de habitantes de la zona
norte de Quintana Roo.
No sabemos cuantas horas fueron las de estar sujetos a
la furia desatada de la naturaleza, parece que fue una eternidad, estoy seguro
que fueron las suficientes para valorar el significado de muchos conceptos, de
saber que en cualquier momento, te pueden arrebatar lo mas querido, la familia,
tu origen y trascendencia.
Finalmente llegó la ansiada calma, de repente
disminuyó la borrasca y la lluvia, eran
las primeras horas del domingo, la gente empezó tímidamente a salir a la calle,
rostros desencajados y expresiones de asombro, estupor, pánico, miedo congelado
y en algunas buenas mujeres, el corazón se
les mostraba por los ojos, ¿ya pasó todo? ¿Estamos en el ojo? Preguntaban
ansiosas, todos nos mirábamos sin responder, la peor parte de este monstruo
estaba por llegar.
Caribe Mexicano/oct 2005
@watane1
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