martes, 17 de septiembre de 2013

Crónicas Huracanadas; Wilma


W I L M A.
                                     
 Por Félix Justiniano Ferráez

Las fotos en Internet eran lo suficientemente elocuentes, el área de incidencia del meteoro abarcaba toda la península y todavía más. No hay forma de escapar de esta madre le dije a José Alfredo mi hijo, debemos subir todo y amarrar lo que se pueda y proteger en lo posible más de 2000 libros que tenemos en la casa.
Era la primera vez desde que recuerde, que un evento de esta naturaleza me preocupaba en realidad, al grado de tomar todo tipo de precauciones  y dejar bien claras las instrucciones a mi muchacho, por si algo pasa que me imposibilite orientarlo en su momento.
La noche previa al desastre, hacíamos un recorrido a todos los refugios que nos habían asignado supervisar, algunos de mis amigos que afortunadamente son también  mis colaboradores del trabajo y yo,  llegábamos se tomaba nota de lo importante, quien está a cargo, cuantas son las personas que están siendo protegidas, como está la dotación de agua y víveres, que hace falta, si era el caso, lo reportábamos y sorprendentemente no tardaba en llegar lo que se indicaba como necesidad, tomando en cuenta las condiciones climáticas.
Ya las primeras inclemencias de los vientos y la lluvia, se dejaban sentir, los cepillos de los parabrisas no eran suficientemente efectivos, ni veloces para quitar el agua y permitir la visibilidad, los faros del coche no alumbraban mas allá de dos o tres metros, eran las 11 de la noche, todavía nos faltan como 5 mas, me decían mis empapados compañeros, el mas joven de todos con 19 años a cuestas, decía medio en broma y medio en serio, somos unos héroes al venir a trabajar así como están las cosas verdad contador?  Todos nos reíamos y hacíamos como que era un día cualquiera y una noche de tantas.  Lo cierto es que estábamos a menos de 24 hrs. de recibir el mayor fenómeno destructivo de que se tenga memoria, muy superior a JANET y a GILBERTO, pero también estábamos lejos de saber que era el que literalmente iba a licuar a Cancún y sus delegaciones durante infinitas horas de zozobra y angustia.
Al fin en las primeras horas de la madrugada terminamos y fuimos por un merecidísimo café en el único lado que podía haber, mi casa.  
Allí empezamos a tomar unos café y otros un buen trago y mis pertrechos alimenticios sufrieron la primera baja, cenamos y nos pusimos de acuerdo, en que pasado Wilma nos llamaríamos y nos reuniríamos “aquí mismo” para salir a brindar toda la ayuda posible, nos despedimos sin saber que pasarían casi 48 horas para volvernos a ver.
Lo demás es oscuridad, borrascas, ventiscas, sonidos indescriptibles, ulular del viento devastador, millones de litros de agua estrellándose a velocidades increíbles, láminas viajando como alfombras árabes  y zumbando, bardas desplomándose, árboles vencidos y derrumbándose, cristales estallados, autos aplastados por el peso de los árboles, aceras saltando por el efecto palanca de las raíces que las catapultaban, y un árbol de almendra que una vecina inconsciente se negó a podar, estrellándose contra uno de mis muros, con ese sonido que se traduce en lamento, que resulta de la fricción de  una pared contra un árbol de 15 metros de altura.
Esto solo ocurría en mi micro cosmos, en mi vecindario, la primera medida fue cambiar a José de su recámara, a la mía, porque la de él ya no era segura, el árbol ya estaba inclinado lo suficiente para desplomarse en cualquier momento y su peso no iba a soportarlo la estructura debilitada por un ventanal de 4 mts cuadrados, que además ya no evitaba nada porque el agua de lluvia y de mar entraba por todas las hendiduras posibles en cantidades inusuales.
 Sacamos por primera vez de la sala, de muchas veces más, las primeras cubetas de agua,  para evitar que llegara al nivel de los contactos y destruyese con la salinidad toda la instalación eléctrica.
 El miedo mientras tanto insistía en quedarse como huésped obligado, porque tenía a mi lado a José Alfredo, lo único que me importaba en ese momento,  quien se portaba indescriptiblemente sereno y cooperando en todo lo necesario, sube los alimentos al baño, le urgía, al rato no vamos a poder bajar ni a la cocina.
Así sentíamos de desolador el panorama; cuando acaba este pandemonium papá,  me preguntaba mi hijo, pronto no puede durar mas, ninguna ofensa debe durar tanto, respondía, parece que estamos en un barco en alta mar y no en una casa me observaba atinadamente. Pues el siguiente paso es colocarnos en el baño, cuando se venza la pared y la ventana, porque la tempestad va a utilizar como proyectiles todo lo que encuentre a  su paso y ya nada va a estar seguro le comenté. Ese sui géneris almendro bifurcado desde el tronco, arremetía contra mi casa y la de al lado, fue el muro de ese lado precisamente  el que se venció, lo escuchamos y supimos diferenciar ese sonido dentro de la majestuosidad del fragor de un huracán jamás visto, Pero ignorábamos de que muro se trataba en ese momento. Además una antena de televisión llegada quien sabe de donde, se estrellaba y despedazaba uno de mis domos, afortunadamente el del baño,  ya teníamos una calamidad adicional, una lluvia particular y abundante dentro de otra pieza de la casa.
El árbol de enfrente, otro almendro de la vecina, finalmente se vencía y arrastraba  al suelo, cables de luz, Telmex, y de cablevisión, nada de eso servía, pero ahora iba a tardar mas tiempo en ser restaurado, no era posible ver mas allá de unos cuantos metros, el cielo estaba seguramente cerrado, no sabíamos la hora, tampoco nos interesaba, solo queríamos que este engendro de Leviatán y Vestiglo decidiera largarse y le devolviera la paz a miles de habitantes de la zona norte de Quintana Roo.
No sabemos cuantas horas fueron las de estar sujetos a la furia desatada de la naturaleza, parece que fue una eternidad, estoy seguro que fueron las suficientes para valorar el significado de muchos conceptos, de saber que en cualquier momento, te pueden arrebatar lo mas querido, la familia, tu origen y trascendencia.
Finalmente llegó la ansiada calma, de repente disminuyó   la borrasca y la lluvia, eran las primeras horas del domingo, la gente empezó tímidamente a salir a la calle, rostros desencajados y expresiones de asombro, estupor, pánico, miedo congelado y en  algunas buenas mujeres, el corazón se les mostraba por los ojos, ¿ya pasó todo? ¿Estamos en el ojo? Preguntaban ansiosas, todos nos mirábamos sin responder, la peor parte de este monstruo estaba por llegar.

Caribe Mexicano/oct 2005

@watane1 

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