miércoles, 18 de septiembre de 2013

Moncho.



MONCHO.

Por: Félix Justiniano Ferráez.

Para; Imelda, Anita y Alondra, sus mujeres que lo trascienden.

Ramón Pérez Encalada ha concluido su tránsito terrenal entre nosotros, Moncho como le llamamos quienes fuimos sus amigos y lo seguiremos siendo hasta que nos reunamos con él, nos deja un recuerdo de solidaridad, alegría, franqueza y excelente disposición para las cuestiones del trabajo, mismo que compartimos durante muchos años en esa universidad de la vida que se llama IMSS.

Durante 28 años asistió puntualmente a desempeñarse de manera honrada y eficiente para ganarse el sustento y poder  sacar adelante a su familia. Laboró en Cancún y en Chetumal con el mismo gusto y con la misma entrega.

Lo recuerdo como la sombra de Enrique Alonso en los tiempos que el buen Chiri era el subdelegado del IMSS, cuando todavía los cargos importantes del IMSS en Cancún eran cubiertos promocionando a los buenos empleados Chetumaleños y eso era posible, porque existía la sensibilidad política, el talento, el conocimiento pleno de las necesidades y sobre todo amor y pasión por Quintana Roo, virtudes de las que siempre hizo gala Erick Paolo Martínez, sin lugar a dudas el mejor Delegado que ha tenido esa institución en el estado y uno de los dos Quintanarroenses de los 9 delegados que la han ocupado.

Erick se desempeñó con lujo de aciertos y con una visión panorámica y a largo plazo en el tema de la seguridad social y en muchas cosas más, por ello eran conocidas y célebres las exigencias del “Fhurer” hacia sus colaboradores, como conocidas eran sus filípicas cuando las cosas no se hacían adecuadamente.

En ese ambiente de eficiencia y entrega laboral,  Moncho Pérez  la hacía lo mismo de chofer, que de notificador, verificador, auditor, encargado de la tesorería y alter ego de Enrique y gozaba y padecía como propios los éxitos y tropiezos de su amigo y jefe.
Por instrucciones del propio Erick, me tocó en suerte relevar a Enrique en Cancún y el buen Moncho de repente se sintió “colgado de la brocha”; sólo fue cosas de días para que estuviéramos en sintonía, independientemente de que ya teníamos un par de años de conocernos, jugar futbol, apostar en el cubilete las cervezas y asistir a eventos sociales y deportivos con conocidos mutuos.

Recuerdo con especial cariño las incontables veces que Ramón, Chiri y yo viajamos de Cancún a Chetumal en el volchito del buen Moncho y a una velocidad dictada por la imprudencia, hacíamos bromas al respecto; Campechano no te amarres, sólo el cobarde muere dos veces, dice mi maestro Kalimán, sentenciaba el Chiri cuando me colocaba el cinturón de seguridad y Moncho soltaba su peculiar carcajada, y transitando con la aceleración de la taquicardia, cada uno de nosotros anhelaba  llegar a Chetumal por las mismas razones pero por diferentes mujeres.

A ellos dos los aguardaba una familia, el calor del hogar, los hijos, las amistades, la seguridad y la identidad que se consigue sólo donde se ubican tus raíces, tus orígenes y tus proyectos definitivos, a mi la emoción de un encuentro personal.

Extraigo de la memoria pasajes compartidos y me vuelvo a ver con Ramón y su familia, en lugares donde se forjaron esos recuerdos: Coquitos, Bacalar, Xul-Ha, Palmar,  y otros más, era inevitable su presencia cuando formulábamos el recuento mental de los amigos que nos encontraríamos en un evento; en jeans, en bermudas, con botas o con tenis, Moncho cuidaba las formas para vestirse y estar a tono donde se presentaba, a veces como cualquiera de nosotros, exageraba su arreglo personal y entonces era blanco de nuestras bromas, Mamón Pérez le llamábamos y él se reía de nosotros y se reía de él, virtud que muy pocos saben cultivar.  
 
Conocí desde su nacimiento a sus dos hijas: Ana Lidia y Alondra, las vi crecer y en algún momento ser atentas y diligentes ayudantes en la taquería de su padre, ahí comíamos los tacos por la noche y nos reuníamos los amigos de Ramón, Julio Matos, Carlos Campos, Jean Manel, y una larga lista de amigos que lo mismo cenábamos, que jugábamos dominó, tomábamos unos whiskys y departíamos componiendo el mundo y haciendo planes para la familia.

Ramón llegado el momento con mucho tino escogió al Matute como padrino de Alondra, sabía de las virtudes y la calidad de Julio y como lo hicimos Mankañá y yo, dimos el paso siguiente para seleccionarlo con ese pretexto como un hermano más de la gran familia que por lazos filiales hemos construido.
La ausencia física de Ramón Pérez será notoria en nuestros siguientes pases de lista de los amigos y los afectos, Moncho pasó a formar parte de los ocasos y los amaneceres, de los aguaceros y el arco iris, de las mareas y las noches de luna llena que iluminan el Boulevard; a partir de ahora, cada noche Moncho nos guiña un ojo desde el titilar de su nueva forma.

Por ello ahora la memoria vuelve a ser el eco de los recuerdos y se convierte en el puente que tendemos hacia el olvido, ahí por ese puente yo rescato a Erick, a Raúl, a Ulises, a Santiago, que le dan la bienvenida a Moncho y que servirá para que todos ellos me visiten cotidianamente y mantengamos vigentes nuestras vivencias, hasta que llegue la hora que por el mismo puente yo transite hacia ellos.

Caribe Mexicano/Oct. 2008.
fjf54@hotmail.com

@watane1 


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