SANTY.
Por Félix Justiniano Ferráez.
Para
Lourdes en esta difícil hora.
Nos conocimos hace como 15 años, en la privada de la
prolongación héroes donde vivía, al inicio le decía don Carlos, porque conocía
a Carlitos su único hijo varón y pensé que el debería llamarse así.
Se sonreía pero no me corregía y hablábamos de lo que
siempre hablamos, la familia, deportes, la política, la amistad y de la magnífica persona que nos
parecía a ambos Jean Baptiste su compadre del alma y su vecino quien fue el
responsable de que nos conociéramos.
Le gustaba la música de banda, la tambora, era fan a
morir de Julio César Chávez, le iba a las Chivas, le gustaba la liga mexicana
de béisbol del pacífico, la cerveza del mismo nombre y el wisky Buchanans 18
años, también era devoto de San Judas Tadeo, llevaba colgada en el pecho una
estatuilla de oro macizo de su santo preferido, pero sobre todo, no le gustaban
los martes. ¿Lo presentía? No lo se, pero no deja de ser paradójico que nos
dejara el día de su cumpleaños y en martes.
Santiago Aguirre Luna transitó exactamente 47 años
entre nosotros, como pocos, como nadie, cultivó la amistad y el cariño de
quienes tuvimos la grata fortuna de tratarlo.
Caballeroso, humilde, solidario, desinteresado,
generoso, desprendido, predicó con el ejemplo como debemos de ser los hombres,
sin excepción todos le teníamos un afecto especial, para todos era el preferido
por su nobleza y don de gente.
En el café, Sam, como le llamaban era tema de
comentarios elogiosos cuando se iba a Sinaloa a visitar a sus padres, se le
extrañaba durante el mes que tardaba en regresar, en realidad se le extrañaba
aunque faltara un día, que lo diga Andrés el bolero, con quien apostaba
boleadas en el clásico Chivas-América, el mendigo discapacitado que lo esperaba
diariamente sentado en el arriate, para recibir solo de él, la generosa propina
que todos los días le daba.
Pepe (el malo) con quien conversaba a las tres de la
tarde, porque era el único que lo acompañaba a esa hora, Pepe (el bueno) a quien
le ayudaba a bajar de la camioneta las compras del mercado.
Carlos Abuxapqui y yo terminábamos llamándole de larga
distancia para reclamarle que regresara porque “todo mundo anda hablando mal de
ti” regresa y defiéndete compadre le exigíamos.
Vio adelantarse a varios compañeros del dominó y del
café, Don Víctor Villanueva, Adib Baroudi, Félix Hadad y se llenó de nostalgia
con su ausencia, hoy reunido con ellos en el lugar a donde llegan los hombres
buenos, debe estar poniéndolos al tanto de lo que hacemos y completando la mesa de parejas.
Empezó entre nosotros y con ellos
terminó celebrando su cumpleaños, me imagino la alegría de Don Víctor, el abrazo que le dio al recibirlo y con toda
seguridad con su sonrisa pícara le ofreció un marlboro, porque ahí ese maldito
cigarro ya no puede hacerles daño y los infartos que nos arrebataran a los dos,
no existen.
Adib debe brincar del gusto y platicador como era, lo
abrumará con preguntas y le estará apremiando para que le diga como dejó a su
ahijado (Adib Baroudi PérezMilicua) Félix se pondrá de pie y le cederá
caballeroso su silla, así deben de estar, así me los imagino.
Don Ramón Rodríguez, Don Monchito como cariñosamente
le llamaba ahí estaba presente en el velorio, con sus 84 años a cuestas y la
tristeza reflejada en el rostro, casi lloraba su partida y me platicaba las
cenas que había celebrado con él en su casa, que barbaridad Félix, como pudo
irse tan joven y tan buena persona que era, me decía, ahí estaban también las
caras largas de: Ranier Avilés, Marcial Delgado, Carlos Abuxapqui, Jorge
Rodríguez, Roberto Galván, José Mézquita, Marcos Bejar, Alfredo Barquet, Cocho
Medina, Ramón Quivén, Abraham Martínez, el ingenioso Colinas, los dos Pepes, etc. no faltaba nadie, todos
puntuales y entristecidos por la precipitada partida de Sam, todos tenían algo
personal que decir de él y como siempre, era algo bueno, algo agradable, que
retrataba a cabalidad la estatura moral de mi querido Compadre.
En el plano familiar, en lo íntimo de los afectos
filiales, Santiago no era diferente, si acaso mejor, le gustaba celebrar las fechas importantes,
rodeado de su familia y sus amigos de siempre, ahí estaba sin falta Andrés Millán, Silverio, Jean Baptiste,
Julio, Edson y yo, con toda la tropa, su casa parecía la de la familia Burrón,
llena de gente por todos lados, los niños en la alberca, otros en la tele
gigante jugando esos juegos que sólo ellos entienden, otros más en la cochera y
los grandes en la calle platicando y haciendo planes para ir al “Bulecas”
mientras las Señoras y nosotros contemplábamos y disfrutábamos de esos momentos
que Santy nos regalaba periódicamente a todos.
Lo mismo llevaba un trío, que un tecladista, pero no
faltaba la música viva, porque ahí cantaba Beyra su hija, Carlitos, mi hijo
Beto, Edson, Mankañá, Julio, yo y hasta su yerno El Güero Ovando se echaba sus
palomazos, todos felices y a gusto viendo crecer a nuestros hijos juntos y en
armonía, haciendo honor a lo que dice la placa a la entrada de su casa. “Mi
casa está abierta al sol y a los amigos” porque así era también su corazón, generoso y
desprendido.
El tío Santy, era la forma de llamarlo de todos los
hijos de sus amigos, consentidor y cariñoso, se sabía el nombre de pila de
todos y para todos tenía una sonrisa y un gesto de amor, para las comadres:
respeto, afecto y atenciones, para sus compadres simplemente abría su corazón,
el mismo que nos lo quitó y cruelmente lo abandonó en plenitud de la vida y con
tantos sueños por delante.
Recuerdo una ocasión siendo Director de Seguridad
Pública de Cancún, me tocó viajar a Chetumal a recoger armamento y concluido
los trámites me fui a verlo a su casa con tres de mis escoltas que además eran
mis amigos, estaba de fiesta y me recibió con el gusto de siempre, al poco rato
uno de mis policías René Vázquez ya estaba cantando acompañado del organista
que amenizaba la reunión; los cautivó con su trato y sus atenciones, todo el
camino de regreso se la pasaron hablando maravillas de él, lo primero que
hicieron fue comprarle un uniforme de gala azul navy y le mandaron a grabar su
nombre en la camisola, Comandante Santiago Aguirre se leía, le prepararon la
gorra de jefe de sector, le mandaron a encuadrar los escudos y las insignias de
la corporación, así le agradecían las atenciones que les había prodigado y me
comisionaron para que fuera yo quien se
lo entregara.
Conmovido días después las recibía y para que no se
notase la emoción que sentía, sonriendo me dijo, “dígale a los muchachos que
cual crucero me toca”.
Nos despedimos infinidad de veces y hacíamos planes para
las próximas fechas, “Con el favor de
Dios” era la frase con que cerraba la despedida, nos vemos mañanita
compadre, te llamo llegando a Cancún, nos vemos en el café, llegando de México
te busco, Cuando llegues a Mochis háblame cabrón, y así por el estilo.
Fue Raulito Guerra otro hombre de bien y amigo suyo
quien me dio la fatal noticia a las cinco y media de la mañana en la puerta de
mi casa de Cancún, con lágrimas en los ojos me dijo Félix le dio un infarto a
Santy, no chingues cabrón ¿y a que hospital lo llevaron? ¿Como está? Y me dijo,
ya no está, se nos fue.
No dije nada lo abracé y lloramos como niños la
pérdida irreparable de nuestro querido amigo. Me preguntó si habían vuelos a Chetumal, le dije que no, que nos
tendríamos que ir por tierra, hago unas llamadas, me visto y nos vamos en mi
coche, le ofrecí, no puedo tengo que dejar arreglado mis cosas y hasta las diez
pasar a buscar a mi hermana a Puerto Morelos, me respondió, De acuerdo te veo
al mediodía en Chetumal, con el favor de Dios, me dijo y esa frase me
atravesó el corazón.
Chetumal,
Julio del 2006.
@watane1
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