El peso de tu
ausencia Papá.
Por Félix
Justiniano Ferráez.
Hoy
es martes 7 de abril de 2015, mi padre sabe que se está muriendo y no tiene
miedo, no se queja, se concentra serenamente en afrontar ese tramo final que
inmerecidamente le está costando un sufrimiento innecesario, me atrevo a decir
que cruel e injusto.
Su
vida se le escapa penosamente lenta, difícil, dolorosa, lo peor es que
consciente de su condición, sufre más por el sufrimiento de sus hijos que no
nos hemos apartado de su lado, que por sus propias circunstancias de agonía.
Eventualmente
me llama desde su mundo de neblinas que las cataratas y una pésima cirugía le
obsequiaran, le tomo la mano con amor y le doy constancia que obscuridad y
soledad son cosas diferentes en su caso, no me ves pero aquí estoy, le digo, y
no voy a separarme de tu lado, aquí nos amanece juntos Félix descansa, te hace
falta, es mi expresión que aparenta ser de serenidad.
Se
acomoda en su lecho y descansa breves minutos antes que las expectoraciones lo
sacudan violentamente y deje escapar poco a poco la vida que se le extingue
frente a mis ojos y mi impotencia.
Lo
ayudo a desalojar el mal que lo consume y lo aseo con infinita ternura, quizá
como hace 60 años lo hacía conmigo.
Ver
la vulnerabilidad de mi padre y saber que se le escapa la vida entre mis
brazos, me sacude el alma, me estremece todas las fibras y hago alarde de fortaleza
para no flaquear y ayudarlo a salir de su último trance con dignidad y
otorgarle la certeza que su vida tuvo sentido, que mi gratitud por sus amorosas
enseñanzas y su respaldo en momentos claves, no tiene límites y que gustoso cambiaría mi lugar por el suyo.
Ocasionalmente
me voltea ver y trata de decirme algo que yo adivino como: gracias hijo, dos
palabras que apenas como murmullo le salen de su cuerpo agotado por varios días
de una lucha heroica contra lo inevitable.
Ayúdame
a cambiarme de lado me murmura desde su lecho para que lo acomode en posición
contraria y descanse mejor, pero sobre todo para que no broncoaspire.
Aquel
hombre vital y dinámico está hecho un ovillo entre mis brazos, debilitado por
los desvelos, los esfuerzos, la edad y un enorme deterioro de su salud, lo
sostengo con el mayor de los cuidados y lo muevo con ese amor que me inspira
saber que su comodidad depende de mi habilidad, seguramente de la misma forma
que lo hizo en mis primeros años de vida y era tan frágil como él ahora.
Antes
de darme cuenta ya está expectorando de nuevo; sentado entre mis brazos le
favorece la fuerza natural de la gravedad para poder deshacerse del mal que lo
consume, y así nos quedamos unos minutos, dame agua por favor, me dice,
mientras intenta sobrellevar la acidez de la sangre digerida que le abrasa por
dentro.
Ya
habíamos sido advertidos por el gastroenterólogo, de las dificultades de
digerir la sangre en función de su enorme acidez que irrita como ácido el
tracto digestivo, todo ello como consecuencia de la gastritis erosiva que
terminó con los días de mi padre. Saberlo es una cosa, comprobarlo en la
humanidad de un ser tan amado, es otra.
Esas
horas de vigilia y cuidados eran interminables para mí, por no poder hacer
mayor cosa para hacerle más llevadera sus últimas horas al autor de mis
días. Pero si para mi eran muy duras,
para mi padre eran de indescriptibles incomodidades y penurias, en donde nunca
lo escuché quejarse o amedrentarse. Estoico, valiente, decidido y
admirablemente paciente le plantó cara al momento final y expiró con un gesto
de beatitud entre mis brazos.
El
gran viaje había iniciado y partía al mundo de sus propios ausentes, familiares
y amistades, a los espacios etéreos, a la eternidad inescrutable, al silencioso
mundo de los recuerdos, justo ahí donde se convierten en nuestra propia esencia
y viajan en nuestro interior en cada latido del diminuto torrente que nos
mantiene atados a esta dimensión, aún y ahora.
Llevar
el apellido de este hombre fue una gracia divina, una bendición y sobre todo un
orgullo; como lo fue para él honrar el de mi abuelo y así sucesivamente hasta
el origen de lo que ahora somos; llamarme como él, fue su voluntad y aprendí a
vivir a la sombra de su homonimia y haber sido siempre el hijo de…porque
finalmente fuimos y seremos uno y lo mismo de manera particular en esta difícil
etapa, que hoy nos une más allá de las circunstancias y el tiempo.
Cuando
una amigo se va, queda un espacio vacío; reza una famosa canción/poema del
argentino Alberto Cortés. Lo cierto es que cuando ese amigo juega doble papel,
de amigo y padre, el vacío es enorme. Inconmensurablemente enorme y el peso de
la ausencia puede llegar a devastar la fortaleza de cualquiera sino se sabe
manejar.
Bueno
ahora mismo yo atravieso los difíciles ajustes de esa penosa circunstancia por
la pérdida de mi padre, ese entrañable personaje que me acompañó caminando a mi
lado por 60 años y donde fue protagonista por derecho propio en todos los
acontecimientos que fueron configurando los pormenores de una vida como la mía,
siempre al amparo y la dirección de sus amorosos consejos.
Nos
graduamos el mismo día, me tocó en suerte ser su primogénito, él me recibió en
sus brazos cuando llegué al mundo, de los míos partió a su cita con la
eternidad, se fue desde el hogar de sus hijos, rodeado de la familia que más
amó, como mueren los justos, los buenos, los que nunca serán olvidados y pasadas
muchas generaciones de su linaje, seguirán vigentes en el recuerdo de los suyos
por sus hechos de amor y su apego a la familia, porque ese fue el único motor
que lo movió los 86 años que pisó este mundo para hacerlo un poco mejor, para
dejar como legado el ejemplo de una irreprochable conducta como padre y ello
seguramente porque fue el mejor de los hijos de sus progenitores, mis fabulosos
abuelos, un hermano que era reconocido por su alegría, su solidaridad con los
suyos y su desprendimiento personal, un respetado y querido tío de una larga
cadena de sobrinos.
En
modo alguno pretendo referirme a un ser humano perfecto, las imperfecciones de
mi padre, porque las tuvo, son de la menor importancia a la hora del balance
final, al menos para nosotros sus familiares más cercanos, sus hijos y nietos,
aquellos que fuimos su motor y el motivo por el que se sobrepuso a todas las
vicisitudes que la vida le puso en el camino, porque tampoco su propia vida fue
fácil.
Sea
pues horas de recordarte con amor Padre, de honrar el legado que nos dejas en
el tiempo que pudimos compartir todos juntos en cumpleaños, festivales
escolares, navidades, duelos, graduaciones, viajes, la llegada al mundo de los
nietos, y tantas veces reunidos en torno tuyo por el simple hecho de quererte
como lo hicimos, por el gusto de propiciar tu alegría, de tus ocurrencias y
bromas, de tus legítimas preocupaciones, de todo aquello que fue zurciéndonos
el corazón con multitud de recuerdos tuyos.
Hoy
tu lugar en la mesa está vacío, tu recámara deshabitada, tus recuerdos rondan
por la casa y de pronto me parece escuchar tus sonidos familiares que
anunciaban tu presencia, pero son más ganas de abrazarte, que de asumir la
realidad que nos inunda sólo de recuerdos tuyos y de dolorosa nostalgia.
La
vida sigue sin ti Papá, la estafeta ya tiene el relevo y sólo espero con el
tiempo que llegado mi turno, alguno de mis hijos sienta este sentimiento de
nostalgia y gratitud que hoy siento por ti; si así fuera, la vida que me
otorgaste también habrá tenido sentido y volveremos a tomarnos una cerveza
juntos viendo crecer a la manada que dejamos en el mundo.
F.
Justiniano. F.
Caribe
Mexicano
fjf54@hotmail.com
Mayo
del 2015.
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