Don Félix
Alonso Justiniano C.
Me
he declarado siempre enemigo de los estereotipos y de las manipulaciones
ideológicas, aquellas cuyas intenciones no son más que tristes carencias de
valores, sobre quienes no han hallado los propios o los tienen confundidos o
difusos.
Pertenezco
orgullosamente a una generación de seres humanos cuya educación empezó en casa, siguió en casa y
terminará algún día con los principios inculcados por mi pareja preferida, mi
madre y mi padre.
Soy
de esa generación que estudió sin internet, sin computadoras, sin tabletas, sin
teléfonos inteligentes, porque los inteligentes éramos nosotros al acudir a las
bibliotecas a investigar los conocimientos legados por mentes superiores, que
en un acto de irrestricta generosidad nos dejaban sus enseñanzas a través de
las páginas de sus libros.
Por
esos intereses escolares se nos creó el
hábito de la lectura y quizá el de la escritura decente, y por ello también
cargamos nuestros conocimientos en el cerebro y no en apéndices electrónicos.
De
manera que gracias a esas mentes que nos antecedieron y dejaron constancia de
sus conocimientos, se preparó mi generación que por cierto ya está a punto del
relevo, pero es innegable también que de esa forma esta generación y las
anteriores, sentaron las bases del progreso que hoy usufructan millones de ser humanos diseminados por el
planeta.
Esta
situación nos permite hoy día normar criterios de conducta, blindarnos con
valores morales y convicciones de la avalancha de intereses y tentaciones, establecer
parámetros personales ante circunstancias extraordinarias, saber diferenciar la
relevancia de lo útil y lo superfluo de lo fútil y entre el brillo del oro y el
del similor. En síntesis aprendimos a pintar una raya de donde no pasamos y
nadie puede vendernos espejitos o varitas mágicas y el canto de las sirenas no
tiene eco en nuestras conciencias.
Todo
lo anterior solo para expresar que no creo en el día del padre y en cualquiera
de esas festividades producto de intereses transnacionales y por ende
perversos.
A
sus 85 años de edad mi padre ha compartido 60 de ellos conmigo y hemos vivido
todo tipo de experiencias juntos, durante ese tiempo he comprobado que ha sido
un hombre justo, trabajador responsable, valiente, honorable y honrado, pero
quizá su mayor virtud, fue la de ser un hijo intachable, respetuoso y
responsable de sus propios padres y pendiente de ellos hasta el último de sus
días.
Fue
quizá esa enseñanza la más significativa de todas las que me lega con su
ejemplo de vida.
Lealtad
a sus raíces y amor a los suyos como base de todas sus decisiones y
actuaciones.
Ser
el hijo que le tocó ser, me llevó a entender que ese es el primer paso para
llegar a ser un buen padre, no se puede ejercer el privilegio de la paternidad
sin entender los deberes previos de hijo.
Hablar
del héroe de mi niñez, es también hablar del anciano vulnerable y bondadoso que
me sigue acompañando todos los días, sin esa correlación de épocas y
experiencias, no se puede establecer con objetividad el propósito en la vida de
un hombre como mi padre.
Su
longevidad le hace pagar doble tributo a la vida, sin contemporáneos ni
amistades de antaño, el tiempo le otorga una soledad de paciente espera y de
mansedumbre que raya en la beatitud; por el otro la vulnerabilidad se hace
presente en todas las estaciones del año y en todas las horas del día.
Si
el músculo ha perdido la fortaleza, ha ganado en sabiduría y en expresiones de
amor, el cerebro permanece intacto y el pensamiento es lúcido, magnánimo y
visionario, hoy consigue con una sonrisa bondadosa y una mirada de amor, lo que
antes conseguía con la fortaleza de sus actitudes y las capacidades en
plenitud.
Para
mi padre son este y todos los días, él y yo sabemos que tenemos menos días por
delante, que los que hemos ido dejando atrás, eso me permite no dejar pasar la
oportunidad de expresarle mi amor y mi admiración, compartimos la mesa, los
recuerdos, las duras y las maduras.
No
recuerdo una fecha importante en donde su familiar presencia no estuviera
presente, todas nuestras festividades giran en torno suyo y en todos los
grandes momentos sigue siendo el protagonista por derecho propio.
Debe
ser una enorme satisfacción rodearse de varias generaciones que se derivan de
él, Dios en su infinita bondad lo recompensa viendo a sus hijos, nietos y
bisnietas en torno suyo y celebrando la vida, su vida que se ha multiplicado y ha
trascendido en otras generaciones y su sangre que fluye y corre por varios
afluentes perpetuando su apellido.
Mi
padre se repite en cada uno de sus descendientes, en mis hermanos, en mis
hijos, mis sobrinos y en la siguiente generación que ha alcanzado a ver y
disfrutar; noble vida aquella que al
llegar su invierno, encuentra la calidez del reconocimiento familiar y la
unidad en torno suyo, un protagonista que sin reclamar recibe la cosecha del
amor y las expresiones de orgullo de pertenecer al añejo tronco del cual él
también desciende.
A
su manera se ha ganado el afecto de los amigos de sus hijos y comparte sonrisas,
afectos y el agradecimiento por saber que se cuenta entre ellos como un
camarada mas.
Abrazar
a mi padre cada día, es percibir su entrañable satisfacción de sentirse
querido, respetado e importante, para mí es un gesto de infinita felicidad y de
agradecimiento con el arquitecto del universo, porque nunca como hoy cobro
conciencia que la vida es un suspiro, sentir su fragilidad entre mis brazos me
compromete hasta la médula para ser merecedor de su cariño sin reservas y de
poder transmitirle mi lealtad incondicional y perenne.
Aquel
lejano ayer donde se manifestaba como un león para afrontar la vida y proteger
su manada, es ya parte de su pasado de leyenda, hoy el héroe está cansado y
cobra conciencia de su fragilidad que lleva con soltura y con valentía.
No
deja de admirarme su determinación para afrontar el quirófano en meses pasados,
inmutable, confiado, valiente, platicamos como si nada pasara y nos despedimos
él y yo con una abrazo que decía más que todas las palabras, me miró con ojos
de amor y serenidad, aunque sabía que llevaba la música por dentro, apenas
alcancé a decirle, aquí te espero, no me muevo de aquí hasta que regreses, y se
perdió de mi vista al cerrarse las puertas del
elevador que lo trasladaba al mundo de la inconsciencia inducida.
Después
de algunas horas me entregaron a mi viejo semidormido y curado de las
inevitables fallas orgánicas que necesariamente se presentan a esa edad. Verlo
en su verdadera dimensión, me estrujó el corazón y hubiera querido dejar correr
las lágrimas que he llevado guardadas durante años para liberar las tensiones
de siempre y por haber podido superar con él un riesgo calculado, pero
inevitable.
Y
aquí seguimos hoy, unidos en sentimiento y en pensamiento, conscientes que el
calendario no nos perdona y nos quedan pocas hojas por pasar, pero cumpliéndole
con creces al resto de la familia y definiendo lo que cada uno de ellos deberán
ser cuando nuestros ciclos concluyan.
Hoy
la fiesta es para ese anciano a quien todos queremos, tenerlo entre nosotros es
la verdadera fiesta, hoy elijo una vez mas ser hijo suyo, antes que cualquier
otra cosa y celebrar con mis hijos el amor que nos convoca y nos nutre como clan, el mismo que privilegia las
tradiciones familiares y repite con alegría las costumbres de siempre.
No
concibo otra forma de celebrar la vida con las personas amadas, para mí el
ejemplo de amor de mi viejo es insustituible y punto de referencia de mi
conducta.
Felicidades
a mi padre todos los días, porque todos los días son sus días por méritos
propios, mi amor y mi gratitud son eternas y cotidianas, porque gracias a su
ejemplo, me acerco al padre que reclaman mis hijos y al que intento ser para
que ellos cumplan con creces a sus propios hijos llegado el momento.
En
esas andamos, en ello me ocupo.
F.
Justiniano. F.
15
de Junio de 2014
Cancún,
Q. Roo
@watane1
No hay comentarios:
Publicar un comentario