Noemí Ferráez
Calderón.-
Por: Félix Justiniano Ferráez
De
mi madre aprendí el valor de los quehaceres domésticos y su importancia para la
formación del carácter y las responsabilidades cotidianas y futuras, aprendí
también, que el mundo estaba lleno de otras madres como la mía que
disciplinaban y educaban con el regaño a todo pulmón, las amenazas y
maldiciones catastróficas, cuasi bíblicas y el ejercicio irrestricto del
manotazo, el chancletazo, el escobazo, etc.
Nadie como mi madre para mentármela y
exhibirme su florido lenguaje vernáculo y bravío; pero también supe del amor
incondicional cuando el corazón se le asomaba a través de los ojos llenos de
lágrimas, aprisionado por el temor de una desgracia cuando el crío se iba de
pinta a las playas que abundaban en la isla y regresaba al hogar empezando la
noche, en vez de entrar a la escuela y volver al mediodía; o de la tolerancia
solidaria cuando me aparecía en la casa con un perro callejero adoptado, porque
pensaba que merecía mejor suerte que la de morir atropellado en la calle. También
supe de la fortaleza y del carácter para luchar por un miembro de una familia,
cuando junto con un grupo de aventureros e irresponsables adolescentes, nos
decidimos darle la vuelta a la isla por nuestro propio pie y con nuestros
propios recursos, en un mal calculado periplo de 3 días que se prolongó más de
una semana sin que se supiera o tuviera la más mínima señal nuestra en 8 días
aproximadamente, de esa manera un grupo de angustiadas madres movían cielo mar
y tierra y de paso a las autoridades
marítimas, para salir al encuentro de lo que quedara de sus hijos extraviados
en la laguna, en el golfo, o en cualquier otro lugar.
Del mismo modo el GPS materno me encontraba a
las 8 de la noche en el segundo piso de madera en uno de los dos cines que
habían en mi isla, porque “Una semana en el circo” que había ido a ver en la
matinée me había cautivado tanto, que decidí ver todas las funciones del día
por el mismo boleto, o en un rudimentario, salitroso y alejado parque de
beisbol donde jugábamos ese deporte un nutrido grupo de niños descalzos, descamisados,
flacos y curtidos por el sol marino de mi terruño, soñándonos las futuras estrellas de las
grandes ligas, todo ello antes de que retumbaran los sonoros gritos maternos
localizándome y describiendo gráficamente el castigo que me esperaba por esa
aventura deportiva sin permiso y sobre todo sin informar por donde andarían mis
inquietudes de niño.
Por
supuesto que también supe del orgullo exhibicionista de mi progenitora, cuando
su tesorito era reconocido por ser el mejor de su clase durante toda la
primaria; hasta que llegaron con la
adolescencia las espinillas y con ellas el vuelo de la imaginación y los primeros rubores que inauguraban el siguiente
ciclo de mi vida, dejando atrás los juegos infantiles en aquellas viejas calles
de arena, postes alquitranados, casa de madera y techos de tejas, aquellas
tejas que llegaban como lastre de los
barcos europeos que atracaban en los muelles de la isla del Carmen hace cientos
de años, para llevarse de vuelta la preciosa madera que existía por estos
litorales.
MI
madre me enseñó también que era un feliz afortunado por tener tantas madres
sustitutas, lo fueron mi bisabuela y mis dos abuelas en primer término y las
únicas con la autoridad moral y valor, para plantársele a esa enfurecida leona
y suspenderme el castigo que ya resonaba en toda mi humanidad, junto con sus
advertencias de pitonisa isleña, oráculo guanaleño, o sibila campechana.
Mi
lista de tareas domésticas era larga y tediosa, y lo era porque me robaba
tiempo para la calle, el parque y las playas, todos ellos a tiro de piedra en
mi pequeña y añorada islita; por supuesto que nosotros aprendíamos a nadar casi
al mismo tiempo que aprendíamos a caminar, lo hacíamos porque era un seguro de
vida gratis y obligado, ya que el mar imponente de la isla que tanto
disfrutábamos, se habían llevado a
compañeritos nuestros en ese injusto y adelantado viaje definitivo, enlutando
el corazón de jóvenes madres inconsolables y desoladas y a nosotros llenos de
un miedo seco, frío, que se instalaba en la médula durante mucho tiempo, particularmente
cuando en el pase de lista en la escuela todos volteábamos a ver la silla vacía
de nuestro ausente, por ello, todas las madres del barrio se habían agrupado
como las actuales autodefensas michoacanas y entre todas ellas nos cuidaban y
tenían su sistema de comunicación efectiva a través de nuestras hermanas…dile a
”Mimí Carajo” que su hijo anda en el muelle de los dragaminas, o en el arroyo
de los franceses, o en el muelle del aserradero, o en la playa fulanita, eso
significaba peligro de luto en ese o cualquier hogar y hacia allá se encaminaban
nuestras madres con todo y el mandil puesto a rescatar a sus vagos del alma.
Pero
habían madres mas precavidas y responsables que asumiendo el papel de cuidadora
profesional caminaban hasta la punta del muelle y nos gritaban como si tuvieran
megáfono, Chato salte de ahí inmediatamente que ya le dije a “Pato” (su hijo)
que te vaya acusar con tu mamá, y como el cabrón “Pato” seguramente estaba
castigado, porque de no estarlo estaría con nosotros remojado, se iba
velozmente a ejercer su papel de fiscal chismoso con mi madre y ahí venía mi
madre con el pinche “Pato” a dar una exhibición de poderío y control de la
situación, mientras el maldito “Pato” ya imaginaba su versión corregida y
aumentada para la escuela el día
siguiente, igualito de chismoso como lo hacen
mis actuales amigos hoy día cuando de joder se trata.
Entre
estos regaños, amenazas y amorosas golpizas, nos despedimos de la irrepetible y
breve niñez, nos creció el pantalón y en algún momento nos graduamos de
hombres. Mis verdaderos amigos con quienes compartí el mar, la escuela, las
calles, los parques y el despertar a la
hombría acreditada; lo siguieron siendo a pesar de las distancias que se nos
atravesaron, poniendo a prueba
coincidencias y recuerdos cuando nos marchamos de la islita querida por
las carreras universitarias; y así se fue consolidando el lazo indisoluble de los
afectos verdaderos, en razón de que compartíamos todo, de manera particular el
hambre, las carencias, el frío, la soledad, la nostalgia y las angustias del futuro
incierto en tierras foráneas, pero nos reconfortábamos recíprocamente con largas
y descriptivas cartas manuscritas, donde
nos relatábamos nuestras peripecias y aventuras y nos expresábamos nuestros
deseos de triunfo y los consabidos besos y bendiciones a las madres, porque
cobrábamos conciencia de todos aquellos esfuerzos y sacrificios que habían
realizado por hacernos hombres de bien, responsables y agradecidos con la vida
y con Dios, ya que sabíamos con toda certeza que estábamos a nuestra suerte y
que aquellas leonas isleñas nada podían hacer por nosotros a cientos de
kilómetros y sólo teníamos como escudo protector sus bendiciones, consejos
y enseñanzas, que entraron con palos y
jalones de pelo, aunque sabíamos también que la incertidumbre era mayor en el
corazón materno que en nuestras aún irresponsables decisiones; por ello creció el cariño de otras madres
hacia nosotros y nos fueron adoptando como miembros de sus propias familias a
las que hoy, 40 años después sigo perteneciendo con cariñosa y eterna gratitud.
Ese amplísimo mundo de las madres sustitutas
incluían a mis tías y a las generosas
madres de mis amigos, que iban fraguando los valores fundamentales, para que
sus propias hijas llegaran a ostentar llena de blasones propios el título de
MADRE en función de los intachables ejemplos recibidos, y nos daba a nosotros una especie de red
protectora y reafirmaba nuestra autoestima y la fe en la humanidad.
Siempre he pensado que si al mundo lo
gobernaran en vez de los perversos
sátrapas que conozco y padezco, madres como las que he conocido, el planeta
sería un lugar más apacible, seguro y lleno de justicia y de bondad.
El
paso inexorable del tiempo fue cobrando su factura y así fueron partiendo en
forma de ángeles hacia los cielos muchas de aquellas madres que conocí y traté,
el mundo sufrió bajas superlativas e incualificables con estas significativas
ausencias, afortunadamente esos ángeles dejaron su semilla terrenal y
entregaron su estafeta a las mejores manos, de manera que la generación de
relevo llegó preparada para asumir esa nuevas responsabilidades y encomiendas,
para hacer del planeta un mundo mejor para todos nosotros, y de esta forma es
que se fue reforestando la isla y el
planeta con esa camada de nuevas y hermosas
madres contemporáneas mías, mi hermana, mis primas, mis vecinas, mis
amigas, mis compañeras de escuela y de trabajo; y volvió a crecer la familia
adoptada con las nuevas madres que con su patente de comadre hicieron con mis
hijos una amorosa sucursal de los
suyos...y al revés volteado, diríamos en
mi isla para señalar lo recíproco.
El
ejemplo de estas nuevas madres que eran el fruto de aquellas santas y abnegadas
mujeres que hicieron de mis amigas
madres fiel ejemplo de sacrificio, valor, amor incondicional y muchas más
virtudes, nos hicieron a la generación de hombres a la que pertenezco, tener la oportunidad de poder elegir casi con
los ojos cerrados a una buena mujer de compañera, esposa y madre de nuestros
hijos.
Afortunado
como lo he sido en muchos aspectos de mi vida, dos mujeres bendijeron mi
destino con el fruto de sus entrañas, así llegaron a este mundo Alfredo,
Alberto, Alejandro y Arantxa.
Gracias
Anna Karina por Arantxa y por todo lo que esta hermosa joven ha significado en
mi vida, entre otras cosas porque fue el factor que puso a prueba mi entorno
descubriendo a corazones llenos de amor, bondad y de generosidad, poniendo de
manifiesto quienes nos amaban realmente
mas allá de mis errores y miserias; he asumido con responsabilidad, gratitud,
un enorme amor y una paciente espera, el
privilegio de la conducción de mi muchacha y así será hasta el último de mis
días, sigue durmiendo tranquila porque está en las mejores manos y en la mejor
familia, ya la nena te habrá dado cuenta de ello en sus cotidianas charlas
telefónicas que sostienen.
Pero
especialmente gracias a ti Magdalena que me pariste 3 hijos y me ayudas
amorosamente y sin distingos a educar, conducir
y mantener a 4.
4
chicos que saben lo que es tener siempre el respaldo incondicional y el amoroso
consejo de una madre honesta e intachable, de una mujer de excepcionales valores y absoluto
desprendimiento personal en aras de la felicidad de los suyos, de irreprochable
conducta y férrea e inquebrantable
lealtad conyugal; solidaria en los peores momentos cuando la vida ha puesto a
prueba mis capacidades y enterezas oscureciéndome el futuro con negros
nubarrones y pintando de incertidumbre el destino familiar; no hay forma de
pagarte esa conducta y no hay forma que tus 4 hijos no valoren tus esfuerzos y
traten de ser igual de correctos y honorables como tú.
Gracias;
humilde y eternamente gracias.
Este
acto tan excepcional de la reproducción de las especies, a veces pasa de lo
excepcional, a lo normal o cotidiano y por ende la gratitud y la
responsabilidad que conllevan hechos de esta naturaleza, pasan a la ingratitud
y a la indiferencia de los méritos maternos y sobre la lealtad a los hijos; y
es este lamentable hecho exclusivamente masculino, lo que propicia que de ese triste modo, la
nobleza femenina se encarne en una nueva especie de heroína que desempeña
gallardamente su nuevo rol de madre y padre simultáneamente, mujeres únicas,
solas, valientes, decididas, irrepetibles, arrojadas, incansables, abnegadas,
emancipadas y a veces desesperadas y
agobiadas por las angustias de la soledad,
los apremios y los acosos por
su expuesta vulnerabilidad; personalmente
conocí y traté a varias de estas aguerridas amazonas hasta que el destino lo
dispuso, con otras sigo ligado con los sólidos lazos de la amistad, pero con
todas me unen cálidos recuerdos de tiempos
idos y no puedo más que admirarme y reconocer sus invaluables méritos y su
apasionada entrega con su descendencia.
He
querido desde mi modesta perspectiva y con estas honestas líneas, reconocer en
términos personales el apostolado que la mujer mexicana hace con la maternidad,
dignificando a la familia y a los disímbolos
miembros que la integran, si la biblia nos dice que… por sus frutos los
conoceréis; yo podría enmendarle la plana a esa expresión y decir que… por sus
madres los conoceréis; porque efectivamente es gracias al denodado esfuerzo de
mi autora, que me convertí en el hombre que hoy soy y en el padre que me
esfuerzo por ser todos los días.
Como
si fuera ayer, me veo en el regazo de mi madre mesándome los cabellos y
consolándome después de los métodos correctivos empleados. Veo y agradezco la
recia personalidad de esta señora, porque me enseñó a no temerle a nada, ni a
mi padre, y mantener la verticalidad en mis actos de hombre bien parido y a ser
siempre agradecido con Dios.
Ojalá
mamá de algún modo pudieras enterarte que te recuerdo todos los días, que
valoro y agradezco cada enseñanza y consejo recibidos, que cuando me faltan
capacidades para sobrellevar algunas
tristezas, angustias y todas aquellas emociones que nos oprimen el pecho,
recuerdo tu temple, tu coraje, tu arrojo y me vuelves a inspirar como en el
primer día que cobré conciencia de tus fortalezas y supe que jamás estaría desvalido
estando cerca de ti; y de ahí vuelven a salir las fuerzas para mi brega diaria
y conducir la familia que encabezo. Gracias a ti mamá he conseguido mantener la
unidad familiar y los chicos siempre me han encontrado a mano, cerca de ellos,
con la palabra adecuada, el consejo justo y la correspondencia amorosa, por
amor a ellos y porque siempre he querido ser digno de ti Madre.
Mis hijos le dieron sentido a mi vida y me
enseñaron a valorar y entender tus sacrificios, hoy comparten tiempo y vida con
mi padre y juntos todos; evocamos aquellos tiempos contigo cuando con todos mis
hermanos fuimos aquella familia que el
destino nos desbaratara prematuramente.
Todos
mis hermanos, tus nietos, tus bisnietas y yo, tenemos mucho de ti en nuestras
personalidades y actos, sigues viva en cada uno de nosotros y cada quien a su
manera tiene su propia expresión de tus enseñanzas y consejos, de la misma
manera que tienen su personal forma de reconocer tu valía y el enorme amor que
te guardan; aquí estamos y aquí
seguimos, fieles a ese amor que la adversidad en sus diferentes manifestaciones
de miseria humana, jamás pudo vencer, ni arrebatárnoslo; y así seguiremos Madre
hasta que Dios lo disponga y volvamos a reunirnos en algún lugar.
Hoy
cuando todas las mujeres ligadas de diferentes maneras a mi vida lean estas
líneas, sabrán que mi sentimiento de gratitud y admiración es para todas ellas
y lo es por su calidad y su estirpe de
grandeza, mi tributo no es sólo para mi madre querida, mi eterna e inolvidable
ausente, lo es para todas las madres que conozco y a quienes sin temblores de
voz, ni dobleces, les he sostenido la mirada y les he expresado lo mucho que me
importan y admiro.
Dios
las bendiga siempre.
Caribe
Mexicano/10-V-2014
@watane1