martes, 11 de abril de 2017

Viejo edén



Viejo edén.

A veces tengo la impresión que nada ha ocurrido, que de repente me llegará el olor a añeja lavanda que como estela previa, me anunciaba la presencia de mi padre para tomar los alimentos.
Descendía por las escaleras con su paso cansino, de extremo cuidado y una sonrisa de beatitud para saludar a su descendencia, tenía un mote cariñoso para todos, hijos y nietos y todos teníamos el mismo remoquete para reiterarle en ese lenguaje íntimo nuestro amor y nuestro respeto.
Hoy se cumplen dos años que fue al encuentro de los suyos, al reencuentro de sus raíces, de sus orígenes, a ese lugar que los de este lado del muro no conocemos, pero que deseamos sea como nos decían nuestros propios ancestros, en particular su madre; Mi abuela Susana Angelina a quien sólo le faltaron las alas para confirmar su nombre por su espiritualidad, su humildad y el amor incondicional hacia su descendencia; quizá por ello mi bisabuela la llamó Angelina, que era también otra forma de honrar a su esposo José Ángel.
Quiero pensar que por parte de la rama de los Justiniano en ese espacio aún desconocido, se siguen nuestras tradiciones y nuestras acciones, aquellas que nos nutrieron con los ejemplos de vida y con los reiterados consejos y disciplina a que fuimos sometidos, los que nos antecedieron y ahora nuestra propia descendencia.
A través de la voz de mi abuelo Leopoldo Alberto y de mi abuela Susana Angelina, supe de la vida de Bartolomé Justiniano el apuesto pelirrojo que fue mi bisabuelo, en mi estudio conservo una fotografía sepia con el traje de gala de la usanza de aquella época, bigote de alacrán y peinado engominado le daba el aire de un aristócrata europeo, a su lado en una fotografía similar en tamaño y apariencia está mi abuelo Leopoldo Alberto, con el traje más moderno y con una edad similar, los cuarenta y tantos.
Ya es tiempo de poner a lado de esos dos señorones, la fotografía de mi padre ausente, Félix Alonso, como espero que en algún momento la mía sea añadida  a esa fila por mis hijos y así sucesivamente hasta el final de los tiempos.
Largas, entretenidas e ilustrativas pláticas sostuve con mi abuelo, me contaba de su padre y aquellas redondillas que la picaresca campechana le dedicaba en carnaval, por su fama de ojo alegre y su debilidad por las bellas mujeres campechanas.
Pelirrojo, bien parecido, lo hacía más que diferente de sus coterráneos, sonriendo mi abuelo recitaba…Justiniano el alemán/ ya se está poniendo pando/ por el mucho contrabando/ que ha metido de azafrán… Y en esa parte me contaba la naturaleza de las rimas, apenas estaría en edad de entenderlas pero disfrutaba la picardía de mi abuelo al referírmelas, información que de manera inevitable cruzaba con doña Susana Angelina que era una fuente de sabiduría, de sentido común y de decoro y por su honestidad no le quedaba más que confirmar las referencias de su suegro.
Con mi abuelo caminé de su mano la Alameda, el mercado campechano, y aquellos sitios que hace casi 60 años eran obligados para fijar los recuerdos entre generaciones, como hace unos cuantos años caminaba con mi nieta Jossely en el boulevard de Chetumal y antes de ella con mis propios hijos.
Recuerdo también a mi abuelo Polo sentado por las tardes escribiendo sus versos y memorias en un cuaderno al que le llamaba “Viejo Edén” con esos recuerdos y los genes recibidos me hicieron describir a mi propio modo el paso de aquellos tiempos…

Sobre los versos que tú
Abuelo fuiste escribiendo
Van los míos recorriendo
Mil recuerdos de tisú.
La pátina y el paspartú
Del álbum de fotografías
Resguardan las alegrías
Que compartimos Abuelo
Cuando de tu mano al vuelo
Fueron pasando los días.

Compartimos la Alameda
Los puestos en el mercado
Y en tus rodillas sentado
Los trucos con la moneda.
Un viento de polvareda
Atraviesa por mi infancia
Y me trae la fragancia
De aquellos tiempos Abuelo
Alzo los ojos al cielo
Y te busco en la distancia.

Ya voy cobrando conciencia
Que la vida es un suspiro
Y en mis recuerdos aspiro
Mi etapa de adolescencia.
Vuelvo a sentir tu presencia
Tu cariño y tu tutela
El orgullo de mi Abuela
Mucho amor de mis ancestros
Que se derrama en mis estros
Y eso Abuelo… me consuela…

A la partida de mi abuelo, tomó la estafeta mi padre como referente de aquellos hechos que no alcancé a conocer de la voz de mi abuelo, y de ese modo supe de las anécdotas familiares, los convivios y los castigos, entre otras cosas, que en algún momento sirvieron de disciplina a todos los varones de ese clan. Fueron esas épocas las que me hicieron entender que en algún momento yo sería el eslabón entre mis hijos y nietos con aquellos personajes del pasado común que ya no pudieron conocer, y a partir de ese momento ese ha sido uno de mis afanes.
Alfredo, Alberto, Alejandro, Arantxa y mis sobrinos han conocido a esos personajes en las reuniones familiares, o en momentos como hoy, que nos reunimos a honrar la ausencia del último de los patriarcas; a la salida de misa se vuelve a recordar las mil y una anécdotas y el agudo humor de mi extrañado viejito.
Sagaz, inteligente, informado, lúcido, era una maquinita de decir ocurrencias y albures.
Vencedor del olvido, mi padre caminó sobre sus propias vicisitudes y formó su propia manada de la que fue digno ejemplo, hasta en la hora de enfrentar a pie firme el último momento entre nosotros.
He escrito demasiado de esos terribles días y como aún las heridas no han cerrado me brinco esas  fechas.
Lo recuerdo con infinito amor y gratitud; y aún ahora, sigo platicando con él en los momentos complicados, o cuando siento que me hace falta su consejo sabio, o la palmada en la espalda, o mejor aún, la calidez de su abrazo incondicional y el beso cargado de amor y de bendiciones. Lo veo en charlas con mis hijos, llenado de caricias y palabras amorosas a mi hija, reconociéndole a Magdalena su insustituible presencia en nuestras vidas, interesarse por mis hermanos y mis sobrinos, atento, siempre atento, como viejo león.
Perdí la cuenta de los artículos que le escribí los día del padre o en su cumpleaños, tengo a la mano un sonetito que hace muchos años le dediqué…

Mi Padre.

Han pasado sus años inclementes
Su mansa soledad es compañera
Del tiempo  recorrido que atrinchera
Sus queridos recuerdos recurrentes.

Y vuelve a revivir con sus ausentes
Ese ayer matizado de quimera
Y del fondo de su alma cual chistera
Se llena de amistades y parientes.

Mi viejo no requiere más que afecto
Paciencia y calidez de que carece
Por ser como soy; su hijo imperfecto.

Y abrazarlo muy fuerte me apetece
 Que no haya más tristeza en su trayecto
Sólo actos de amor, que bien merece.

Aquí estamos Pelusa, aquí seguimos firmes contigo, vigente como siempre en los recuerdos, en las anécdotas, hasta en los proyectos, te llevaré conmigo a la graduación de Arantxa y a la de Alex dentro de unos meses, sentiré tu presencia a lado nuestro y me imaginaré tu cara de orgullo y de satisfacción de ver a otra generación tuya, caminando con acierto y con valores en este sendero cada vez más difícil y complicado.
¿Qué dirá Bartolomé “el azafrán” el abuelo Polo, tu hermano Polo, mi tía Susana, Cynthia, la tía Ángela, la tía Sofía y mi inolvidable Abuela?
Como lo habrían deseado, aquí estamos la generación de relevo haciendo lo propio, y manteniendo vigente el recuerdo de todos los de aquel lado; aquí me planto padre querido, te dejo las espinelas que te hice hace dos años cuando el dolor era crudo e indómito y tu ausencia aún no la asimilaba como ahora, versos que nunca hubiera querido escribir y que nunca pudiste leer.

Glosa a mi Padre.
Madrigal de la neblina.

No hay iris, se difumina
El color de las violetas
Y convivo con siluetas
En un mundo de neblina.
Jesús Orta Ruíz El Indio Naborí.

Tu longeva trayectoria
De entrañable peregrino
Fue la luz en el camino
Que ilumina mi memoria.
Así tu amorosa historia
Cuando la tarde se inclina
Va prendida a mi retina
Con brillo crepuscular
Y aunque te quiero encontrar
No hay iris, se difumina.

Solo el sonido del mar
La caricia de la brisa
Me recuerda tu sonrisa
Tu presencia familiar.
Desde algún nuevo lugar
Están tus horas completas
Entre santos y profetas
Que te rendimos tributo
Mientras pintamos de luto
El color de los violetas.

Tu mansedumbre, tu paz
Tu paso torpe de anciano
Encontró siempre mi mano
En tu mirada incapaz.
Tan persistente y tenaz
Jamás tu suerte la objetas
Tu mundo de sombras retas
Con memoria y albedrío
Ya tu espacio no es el mío
Y convivo con siluetas.

Todo es nostalgia y recuerdo
Inaugurando mi orfandad
Una ingrata soledad
Nace de mi lado izquierdo.
Un nuevo plazo que acuerdo
Con voluntad mortecina
Un dolor que me asesina
Al no tener tu presencia
Que me deja la existencia
En un mundo de neblina.


F. Justiniano. F.
Caribe Mexicano

Abril/2017