Deuda saldada.
Por:
Félix Justiniano Ferráez.
Agradecido
por las incontables muestras de apoyo y afecto que recibimos en Cd del Carmen y
Campeche, mis hermanos y yo queremos patentizar lo afortunados que somos por
ser parte integrante de dos numerosos núcleos familiares y de la clase de
amistades que con los años se arraigan más en el sentimiento de solidaridad e
incondicionalidad con que nos distinguen.
Mi
padre propició muy a su manera, que finalmente nos reuniéramos toda la familia
en torno suyo; hombre de bien y de sangre dulce, supo granjearse el respeto y
el cariño de la familia de mi madre que siempre lo vio como uno de ellos y así
se lo demostraron durante décadas.
Observé
con interna gratitud y manifiesta alegría la presencia del clan de los Ferráez,
mis primos, primas y sobrinos se dieron cita para estar en el último viaje con
el tío querido.
Mis
amigos de toda la vida me acompañaron a la iglesia donde concurrimos de niños
al catecismo, a las misas, a las festividades religiosas de los gremios y a
jugar béisbol en el atrio antes de que nos correteara el padre Serna por el
vocabulario isleño que exhibíamos.
Todos
sin excepción tenían una anécdota que rememorar de “Don Chato” o “el Viejo
Chato” como cariñosamente lo llamaban como consecuencia del conocido apodo que
de jovencito me endilgaron.
Estuvimos
solemnes en misa y a la salida pudimos dar rienda suelta a la memoria que,
estimulada por la brisa marina que está íntimamente relacionada a todos
nuestros recuerdos, nos ofreció el boleto al pasado reciente donde hallamos
tantos lugares comunes llenos de experiencias afortunadas, que nos reiteró el
sentido de identidad, de pertenencia y de ese viejo amor irrenunciable a
nuestras raíces.
A
un paso de la 3ª edad, los que hemos sobrevivido el paréntesis de la vida, nos
pusimos al día y pasamos lista de los ausentes que siendo tan cercanos a mi
padre, deben haber formado parte del comité de bienvenida en esa inescrutable
dimensión de donde ya forman parte y donde insisto en creer que pacientemente
aguardan por nosotros.
Café,
agua, horchata, empanadas de cazón, cazón con huevo, sirvieron como una especie
de pentotal sódico que nos aflojó la lengua a todos y activó la idiosincrasia e
ingenio carmelita.
La
nostalgia quedó atrás y recordamos diversas etapas compartidas que nos
alegraron el momento, el día y la vida.
Ver
y sentir sobre mi humanidad las expresiones de afecto disfrazadas de mentadas
de madre y creativos apodos por mi nueva silueta, fue toda una experiencia y
como común denominador el respeto y el cariño a mi entrañable ausente.
Pensé
en esos justos momentos que, llegado mi turno me gustaría ser recordado de la
misma manera por mis hermanos de adopción, sin penas ni tristezas, pero con la
alegría de aquellos ayeres donde el objetivo fundamental era ser feliz tal y
como éramos entonces, con pocas cosas materiales pero con mucha convivencia y
ganas de hacer algo con nuestras vidas.
Amigos
cuya amistad data de más de 40 años, con algunos lustros de no vernos físicamente,
todos asumiendo el paso de los años pero con el mismo sentido de identidad y
afecto.
Los
años, los hijos, los nietos, nos permiten ver la vida desde un razonamiento más
espiritual, más humano, más objetivo y entonces descubrimos que no hay antídoto
contra la nostalgia y la añoranza de un ser tan querido y entrañable como mi
padre, este amoroso protagonista de mi vida que me lega una vida llena de
amorosos recuerdos, que como eco se repiten diariamente en tantos lugares
comunes y tantos espacios vacíos que hoy deja su ausencia física.
Sin
terminar de encajar este zarpazo del destino, recorrí las calles que caminé de
la mano de mi padre, acudía a aquellos lugares que compartimos y aún sobreviven
al obligado paso del progreso. Una catarsis llena de melancolía y algunas
lágrimas furtivas en la soledad de un hotel, por aquel pasado que se me fue de
las manos y hoy es sólo una fotografía que se niega a morir
en
mis recuerdos.
Bendita memoria mía que mantiene presente esos
momentos especiales como destellos deslumbrantes de mi razonamiento, una
insistente y antigua proyección del celuloide mental que se hace presente con
particular insistencia y que inunda mi presente con el pasado inasible e
irrecuperable.
Playas
inmaculadas y transparentes, calles de arena, litorales serpenteados de
palmeras, ejercito de veletas que coronaban las casas de teja de aquel viejo
caserío, y tantos otros lugares de concurrencia obligada en mi niñez y juventud;
ya no existen más.
¿Qué
somos sin la memoria, el razonamiento, la gratitud y el amor? Piezas inanimadas
del tablero de la vida sujetos a albedríos exteriores e inconsecuentes con
nuestras raíces y costumbres.
Me
niego aceptar que el olvido y la indiferencia sepulta todo ello,
Me
niego a voltear la mirada para desentenderme de lo que me dio sentido de
identidad y pertenencia, además de mi familia.
Soy
fruto de aquella época remota, única e irrepetible, me forjé con las enseñanzas
y ejemplos de mi padre en aquel entorno con gentes adultas que educaban como
mis padres y con compañeros que como yo, supimos obedecer con respeto y
disciplina.
Gracias
al atinado juicio de mi padre, caminé entre esas gentes por esas calles y
asistí a los colegios que mis pequeños progresos escolares me otorgaban, entre
esas gentes y ese entorno se forjaron las bases de mi formación adulta, ante la
omnipresente mirada de mi ídolo de aquellos días y mi héroe de siempre. De
manera que no hay un lugar de aquellos que conocí, que no representen un
capítulo de mi vida cuajado de enseñanzas y avances personales, hoy perpetuados
en mis recuerdos en tanto soy capaz de pensar y reflexionar como hasta hoy.
A
ese mundo de pátina y recuerdos regresé con mi padre a recorrerlos para dejarle
su postrero adiós, a brindarle con el honor de hombre bien nacido que fue, su
último tributo de gratitud y amor a esa tierra que le otorgó tanto, entre otras
cosas amistades insustituibles, trabajo, retos, acertijos y especialmente al
amor de su vida y cuatro hijos fruto de ese amor.
Ahí
con mi amorosa encomienda visité a mis difuntos de ayer con mi difunto de hoy,
volví al reencuentro de la sangre y polvos de donde provengo y a los que
inevitablemente me uniré en la fecha que el destino disponga, me supe un
eslabón de ese pasado llenos de personajes que portaron mi apellido con nobleza
y rectitud, beneficiario de aquellas gentes honorables no tengo más opción que
honrar el apellido que me legan.
Al
fin ellos ya son uno y lo mismo, yacen integrados a la tierra que les
perteneció y al mundo de mis recuerdos de donde nunca saldrán.
Cumplí
lo mejor que pude con esa mezcla de gusto por servirle a mi padre y la
indeleble tristeza que me causa su ausencia, me llevo la certeza que desde
algún remoto lugar sonríe con satisfacción y espera a que cumpla con la segunda
parte de su encomienda, pero eso es ya parte de otra historia que aunque ya ha
sido concluida, aún germina en mi interior y empieza a cobrar forma para serle
narrada a mis hijos y permanezcan integrados en pensamiento a aquellos
personajes nuestros que no alcanzaron a conocer físicamente.
Por
ahora he cumplido; lo difícil lo estoy viviendo en lo cotidiano del devenir y
la caprichosa velocidad del tiempo con que transcurre mi vida, en esas ando,
superando nostalgias por ausencias queridas y defendiéndome del tiempo lo mejor
que puedo.
Caribe
Mexicano/2015
@watane1